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La semana pasada el Inegi dio a conocer los datos de inflación para la primera quincena de abril en los cuáles destaca un fuerte incremento en el índice general en términos anuales. Aunque tuvo un aumento quincenal de apenas 0.06% con respecto al cierre de marzo de este año, la inflación en términos anuales pasó de 4.67% al cierre de marzo a 6.05% en la primera quincena de abril.

Éste es el dato más alto de inflación anual desde el gasolinazo del 2017 cuando la inflación anual llegó a un pico de 6.8 por ciento.

En esta ocasión, vale destacar que parte del fuerte incremento en la inflación anual con respecto al cierre de marzo se debe a un efecto base ya que la primera quincena de abril del 2020 registró un episodio de deflación con respecto a la quincena inmediata anterior ya que los precios retrocedieron 0.72%, dejando la inflación anual en su nivel mínimo en décadas de 2.08 por ciento.

Este episodio de deflación de la primera quincena de abril del 2020 se explicó principalmente por una caída quincenal de 8.5% en los precios de los energéticos. Este fenómeno fue totalmente exógeno y fue una consecuencia directa del desplome en los precios del petróleo y los combustibles a nivel internacional provocados por la parálisis de la actividad económica generada por la propagación global de la pandemia.

De acuerdo al Informe Trimestral de Inflación de Banco de México (Banxico) del segundo trimestre del 2020, la inflación anual promedio de las gasolinas pasó de -1.54% en el primer trimestre a -16.98% en el segundo.

En este sentido, Banxico ya tenía previsto un repunte inflacionario para el segundo trimestre de este año como consta en su Informe Trimestral de Inflación del cuarto trimestre del 2020: “se prevé un aumento de la inflación general anual en el segundo trimestre del 2021 asociado, principalmente, a los efectos aritméticos de la reducción en los precios de los energéticos del año previo. Este efecto sería particularmente marcado en el mes de abril.”

Sin embargo, Banxico ha sido muy enfático al subrayar que dicho repunte inflacionario debe ser de carácter temporal “cuyo efecto debería verse revertido durante el tercer trimestre”. Aunque Banxico espera un nuevo repunte transitorio de menor magnitud hacia el cuarto trimestre de este año, también anticipa que la inflación logre converger hacia la meta de 3% hacia mediados o finales del 2022.

Si nos remontamos al pico inflacionario de la segunda mitad del 2017, la inflación tardó prácticamente dos años y medio en regresar a la meta de 3 por ciento. En esta ocasión, Banxico está apostando a que esto sucederá mucho antes.

La expectativa de Banxico parece anclarse en el hecho de que la inflación subyacente (que excluye del cálculo a los elementos más volátiles de la canasta básica como bienes agropecuarios, energéticos y tarifas autorizadas por el gobierno) presenta una trayectoria ascendente menos pronunciada. Si bien la inflación subyacente en términos anuales pasó de 3.4% en la primera quincena abril del 2020 a 4.13% en la misma quincena del 2021, la cifra es casi idéntica al 4.12% del cierre de marzo.

Aunque el pronóstico de Banxico podría ser correcto, éste depende ampliamente de que el incremento en los precios de las gasolinas no tenga efectos secundarios y que las expectativas de inflación de mediano plazo se mantengan bien ancladas. En el pasado, Banxico ha atinado con su evaluación del carácter transitorio de los efectos inflacionarios de los precios de los combustibles.

Sin embargo, en el último episodio de este tipo, la política monetaria de Banxico ha sido de carácter más restrictivo que hoy en día. En el 2017, Banxico subió la tasa de interés de referencia de 5.75 a 7.25% mientras que hoy se ubica en 4.0 por ciento.

Si bien es cierto que en la actualidad hay una situación de mayor holgura en la economía que en el 2017, no se puede descartar el riesgo de que el Banco de México esté reaccionando de manera tardía e insuficiente en su afán por mantener una política monetaria acomodaticia ante la ausencia de una política fiscal de este tipo.