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Impuestos especiales a las vacas contaminantes - 20080422-633444892451548260.jpg_1634913888
Foto de El Economista

Los combustibles fósiles pagan impuestos especiales porque su consumo tiene un efecto directo en la contaminación ambiental. Las bebidas azucaradas también pagan gravámenes más elevados porque su consumo excesivo puede resultar nocivo para la salud y ni qué decir del alcohol y del tabaco.

Pero ¿la carne de res debe pagar un sobreimpuesto por ser contaminante del medio ambiente?

Queda para el anecdotario y para la plática de sobremesa la comparación entre los gases que emite una vaca y los que emite un automóvil y la discusión de si el rumiante contamina más que un motor de combustión interna.

Si bien se trata de comparar peras con manzanas o toros con Volkswagens, lo cierto es que la emisión de gases de efecto invernadero por cada uno de estos animales sí es un asunto de preocupación ecológica.

Cada vaca emite entre 100 y 500 litros de metano al día. Este gas es responsable de la contención de la temperatura en el planeta. El metano es 23 veces más propenso al calentamiento global que el dióxido de carbono.  Sí, peras con manzanas, pero al final dos gases nocivos.

El tema es que en el mundo hay algo así como 1,500 millones de vacunos y otros 1,000 millones de rumiantes de otras especies más, que en conjunto hacen un ejército de un cuarto de billón de organismos no humanos expendedores de eructos y flatulencias.

Hay otros efectos poco ecológicos relacionados con la carne, como el uso excesivo de agua, el empleo de químicos para adicionar su alimentación, la tala de amplias extensiones para la siembra de pastizales, en fin.

La carne es un alimento de acceso restringido para amplios sectores sociales y para los que la pueden pagar puede no ser la mejor salida el evitar su consumo. Hay miles de foros de debate entre veganos y carnívoros.

Desde un punto de vista económico, una actividad depredadora del medio ambiente debe analizar su costo de oportunidad. Como sin vacas no hay vida, debe auto financiarse su sustentabilidad.

Ése es el paso que ahora está a punto de tomar el mundo: considerar la carne de res como un producto contaminante que debe pagar un impuesto especial.

Este cambio va más allá de calcular un gravamen: es replantear a este producto en función de su afectación ambiental y no sólo su valor nutrimental y hasta de su carácter aspiracional. Es un tema que puede tener implicaciones políticas y sociales que pueden rebasar el compromiso ambiental hasta de la Cumbre de París y causar malestares donde más duele: en el bolsillo de un votante.

Esta discusión estará todavía lejos de alcanzar a países como México. Va para economías más maduras y desarrolladas que tengan más socializado el tema del impacto de esta agroindustria en el cambio climático.

Imposible pensar en este país en una propuesta de impuestos adicionales a la carne, cuando seguimos aferrados a que el gobierno subsidie productos tan nocivos como la gasolina.

Aquí hay quien no ve problema en quitar recursos de los programas sociales para pagar una parte del tanque de los automovilistas, así que mejor de las vacas ni hablamos.

Sin embargo, hay que ver que la discusión se está dando en el mundo y eventualmente tendrá que ser tema en México.