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El segundo informe del GIEI ha hecho pedazos la credibilidad, si alguna quedaba, de la investigación de la PGR sobre la sangrienta noche de Iguala.

No es que desmienta todo, es que siembra una duda insalvable no solo sobre los hechos registrados en esa investigación, sino sobre la manera en que han sido reconstruidos.

No me refiero aquí a la consistencia legal de la averiguación, sino a la simple credibilidad de la historia de que disponemos hasta hoy sobre lo que sucedió esa noche.

Para efectos de credibilidad pública, hemos vuelto al principio, hay que empezar de nuevo. Pero a un principio peor, más complicado. Porque no solo no nos hemos acercado a la verdad de lo sucedido, sino que hemos llenado esa noche de nuevas dudas, preguntas, incertidumbres.

Creo que en el voluminoso expediente del caso hay elementos suficientes para una reconstrucción confiable y destallada de los hechos, aunque falta en ellos la pieza esencial del destino de los desaparecidos.

Sabemos con certeza que uno ha muerto, Alexander Mora, porque pudo identificársele por un resto óseo, pero no sabemos dónde y cómo murieron los demás.

Hay en el expediente abundantes versiones puntuales de lo que sucedió con ellos, muchas de ellas coincidentes, pero hay ahora dudas fundadas sobre la calidad de esas versiones.

Creo que esas versiones recogen buena parte de la verdad de lo sucedido, pero la parte de verdad que hay en ellas no es convincente para nadie en este momento, porque lo que ha quedado en entredicho es la credibilidad del emisor, la credibilidad de la autoridad que ha integrado ese expediente con sus diligencias e investigaciones.

Lo que necesita la narración de la verdad de la noche de Iguala es un narrador distinto.

Creo que acierta Jorge Castañeda cuando dice que la noche de Iguala terminará dando paso a alguna forma de Comisión de la Verdad, de las que está tristemente llena la historia reciente de América Latina.

Lo que está bien plantado ya en el horizonte es un nuevo hecho capital impune, no resuelto a satisfacción ni en nuestra conciencia ni en nuestra memoria.

Una larga herida.

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