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El tiempo no pasa; el que pasa es uno.  Florestán

BARCELONA. Hace 40 años estaba en Madrid.

La madrugada del 20 de noviembre, 10 de la noche tiempo de México, informaba, antes de que se despertaran los españoles, que Francisco Franco había muerto en la madrileña clínica de La Paz, luego de un largo encarnizamiento médico que prolongó su agonía durante más de 30 días.

El primer anuncio lo transmití a través de la estación de radio XEX y a partir de las 22:30 (aún del 19 en México), amplié la información en 24 Horas, de Jacobo Zabludovsky. Al día siguiente no había periódicos en México por el festivo de la Revolución.

Los rotativas españolas apuraban la impresión de ediciones especiales preparadas semanas antes, esperando la muerte del dictador, Caudillo de España por la gracia de Dios, perpetuado en el poder desde el fin de la Guerra Civil Española, en 1939, preludio de la Segunda Guerra Mundial.

Llevaba en España desde el 5 de octubre (un día contaré la historia) y a lo largo de esos días hice la crónica y reporte de la enfermedad, agonía, muerte y funerales en el entonces Palacio de Oriente.

El 20 por la noche, cosas de reportero y de estar donde hay que estar en el momento en que hay que estar, fui al Palacio Real de El Pardo, la residencia de Franco, donde los más altos mandos del ejército y la política pasaban frente a su catafalco. Éramos unas pocas personas a las afueras, cuando un guardia dijo: ¿Quieren pasar a despedirse del caudillo? Y entramos.

Al salir, escribí una crónica: Esta noche he visto el cadáver de un dictador (nunca había visto uno), que publiqué en Novedades, como hice durante toda aquella larga cobertura.

El 22 de noviembre reporté cómo el príncipe Juan Carlos, lo había decidido Franco, juraba el cargo de rey de España ante una Corte y una Constitución franquistas que esperaban muy poco de él, al punto de descalificarlo de antemano como Juanito El Breve. El tiempo se encargaría de corregirlos.

A los dos días, justo hoy hace 40 años, cubrí sus funerales en el imponente Valle de los Caídos, que se construyó con la sangre de éstos, del lado republicano, y Franco destinó a su mausoleo, el más grande que dictador alguno se haya levantado.

Hasta su basílica llegó el cortejo fúnebre.

Juan Carlos iba como había ido por años, detrás de Franco, con una gran diferencia: éste era un cadáver y aquel rey de España.

De todo esto han transcurrido 40 años, se cumplen este mismo 24 de noviembre, pero de 2015, cuando he cumplido 47 años en este oficio, el mejor del mundo, muchos de los cuales he recorrido en una apasionante montaña rusa, como no hay otro modo de vivirlos y como los volvería a vivir.

Y esta noche, por una ocurrencia de amigos que quiero mucho, Cadena Ser de España, de Grupo Prisa, que edita El País, me entregará el Premio Ondas por trayectoria periodística, lo que les agradezco y aprecio.

Pero el premio del premio es recibirlo con mi mujer y con mis hijos.

Y aquí seguiré, porque los reporteros no nos retiramos.

Nos vemos mañana, pero en privado

 

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