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Alemania es un país que se caracteriza por su intransigencia para hacer valer los acuerdos.

Alexis Tsipras, primer ministro griego, hoy habla desde la silla del poder. Desde la realidad de dimensionar lo que será de su país el día que se tenga que declarar en quiebra y se abra la puerta de salida de la zona euro.

Por eso es que el político opositor estridente ha dado paso a un gobernante más negociador que ya no manda al diablo a las instituciones europeas. Hoy busca un final feliz para el desastre financiero helénico.

Sin embargo, no existe tal cosa para Grecia. Esa historia no tiene un final feliz a pesar de lo mucho que ya han tenido que pagar como consecuencia de una pésima conducción política-financiera. Y no existe ese cierre virtuoso del que habla Tsipras, porque él mismo y su partido Syriza se encargaron de elevar el costo del enojo social para acceder al poder.

La fuerza política que gobierna Grecia llegó por la vía del rompimiento. Se hicieron del poder prometiendo que todo lo que el pueblo helénico había visto antes con sus gobernantes y sus acreedores no se volvería a repetir.

No más austeridad, gritaba Syriza desde su izquierda radical, y prometía que la Troika dejaría de explotar al pueblo griego con sus planes de austeridad neoliberal.

El Banco Central Europeo, la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional tienen reglas claras, pero más que eso tienen a Alemania como líder, que se caracteriza por su intransigencia al momento de aplicar los acuerdos comprometidos.

Como sea, fue el gobierno de Berlín el que más dinero soltó a las economías menos desarrolladas como la griega para que trataran de alcanzar niveles de desarrollo compatibles con el norte del continente, y por lo tanto el sostenimiento de una moneda única. Fueron los alemanes los primeros en quejarse del incumplimiento de las metas financieras de esos países que no se alinearon con la disciplina teutona de hacer las cosas.

Grecia no tiene un final feliz porque el gobierno radical va a quedar mal con alguien. Ya sea con sus acreedores, para poder cumplir con su promesa de campaña de terminar con la austeridad. O bien con sus votantes que verán que las promesas de regreso a la abundancia no se podrán cumplir por atender los compromisos de reformas estructurales.

La rudeza de los planes de la Troika han sido muy costosos para la población. Son como los pactos económicos del México de los 90, cuando los mayores sacrificios fueron para los trabajadores. El premio fue una estabilidad financiera que hoy perdura, el castigo fue una caída en el nivel de vida de la población, que es la fecha en que no se recupera.

Grecia está peor que ese escenario porque tiene el lastre adicional de una moneda única que le impide ajustar su economía por una ventaja cambiaria.

El camino griego no lleva a un final feliz, lleva a una generación perdida en el sueño de poder igualar su economía con un primer mundo europeo que es cada vez más lejano.