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La toma de posesión de Donald Trump, como el presidente número 47 de los Estados Unidos, nos demostró que las estrategias tienen límites y que nos acercamos o ya estamos viviendo la decadencia de nuestra era.

Cuando llegó al poder hace ocho años se sabía que era locuaz, boquiflojo, mentiroso y tramposo. Diría que hasta ingenioso.

Hoy ha sido declarado culpable por diversos delitos, que no recibirán castigo, porque precisamente logró regresar como presidente de su país.

Como muchos, llegué a pensar que era un genio financiero y de la mercadotecnia. Sin embargo, sus dichos y sus actos también me hacen pensar que son más sus defectos que sus virtudes y que, de cumplir todas sus extravagancias, hay que decirlo, Donald J. Trump será un verdadero peligro para el mundo.

(Si alguna vez nos quejamos de YSQ, este sí, “es nuclear, Jacobo”).

La toma de posesión fue todo un show. Con el argumento del frío congelante, que sí estaba azotando Washington, las diversas ceremonias se hicieron intramuros y lejos de las multitudes que habitualmente desbordan a la capital estadunidense, cuando asume su nuevo presidente.

Para este momento ya sabemos de las incontables pifias que ocurrieron: desde el ataque de risa de Hillary Clinton, quien asistía al evento en su calidad de exprimera dama, cuando Trump dijo que entre sus primeras acciones estaría cambiarle de nombre al Golfo de México por el “Golfo de América”, el atuendo de doña Melania, extraordinario, pero con un sombrero que ocultaba su rostro, sus emociones y quizás sus verdaderos sentimientos y que impidieron a su esposo que la besara en la mejilla; el posible saludo nazi de Elon Musk; el gesto de ultraderecha que hizo con sus manos Erick Trump; el sable militar, orgullo, distinción y méritos para quien lo porta, pero que el nuevamente presidente de los Estados Unidos utilizó para cortar uno de sus pasteles de celebración y luego jugó con él. Que, al jurar el cargo, no colocó su mano izquierda sobre las dos Biblias que llevaba doña Melania, como lo han hecho todos sus antecesores, como si fuera “de mentiritas”. ¿Y qué tal Barron, su hijo menor? Rockstar.

El presidente Trump emitió, en principio, 41 órdenes ejecutivas, que van desde la derogación de los decretos de su antecesor, como la orden que excluyó a Cuba de la lista de países promotores del terrorismo hasta que solo hay dos géneros, masculino y femenino, suspender la admisión de refugiados, establecer el programa Quédate en México, facilitar las deportaciones y calificar a los cárteles de droga mexicanos como organizaciones terroristas.

La primera reacción de la presidenta Claudia Sheinbaum fue serena y sensata: “Es importante siempre tener la cabeza fría y referirnos a los decretos firmados, más allá del propio discurso; o sea, lo que vale en el sentido estricto de la ley son los decretos que firma el presidente Trump”.

Así nos enteramos qué algunas de las “nuevas disposiciones” en realidad no lo son tanto y que hay limitaciones implícitas como que el cambio de nombre del Golfo de México se reduce solamente a la plataforma continental de los Estados Unidos, pues en el resto del mundo seguirá nombrándose igual.

En todo caso, resulta tranquilizador que al estilo del nuevo mandatario no se le responda en el mismo tono porque lo que en uno es ocurrencia en otra sería una peligrosa imprudencia.

De acuerdo, cabeza fría frente a un poderosísimo personaje que por astuto, audaz e implacable triunfó en la capital del mundo financiero y ya logró dos veces la presidencia de su país.

Monitor republicano

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