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Esta breve historia es ficticia, cualquier semejanza con la realidad es culpa de la realidad.

Un automóvil Ferrari 458 Coupé, color rojo, transita por los caminos del sur. No muy al sur, digamos por Morelos porque más al sur, en Guerrero los procuradores se cansan. Además en Guerrero hace falta un lucero y 43 normalistas de Ayotzinapa.

Apenas inauguré mi relato y ya lo inundé de palabras disgregativas; hagan de cuenta como si éstas fueran agua de lluvia y mi escrito el nuevo paso a desnivel de Mixcoac.

Regreso al sur más cercano a la Ciudad de México. El rojo Ferrari deambula por el Paso Exprés de Cuernavaca. Les aseguro que el automóvil de lujo no caerá en ningún socavón porque el dibujante Perujo ya lo sugirió ayer en El Economista.

Mi tendencia a la dispersión me ha impedido decir quién maneja el vehículo, aunque estoy seguro que mis inteligentes lectores —en esta columna no se admiten pendejos— ya adivinaron que el chofer y dueño de supercarrazo se llama Raúl y se apellida igual que el autor del Quijote, pero nuestro protagonista sólo alcanza rango de ¡Qué hijote! —definan ustedes la maternidad—. Otro detalle, la narración no transcurre en un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, sino en una Mancha —de sangre, impunidad y lodo— que, a fe mía, ya se le olvidó que alguna vez fue país.

Mientras el autor de las letras que usted tiene frente a sus ojos ha despilfarrado palabras desviando su relato con mayor exceso que los molestos desvíos, necesarios para su reparación, en la autopista que el Ferrari recorre; éste ya llegó a Tres Marías. Viene de Yautepec, Morelos, concretamente del Fraccionamiento Cocoyoc, donde don Raúl tiene una casa que recibió por herencia a la muerte de sus padres. (Por lo anterior se deduce que nuestro protagonista es priista de alta jerarquía ya que, como es públicamente sabido, en el partido tricolor sólo ocupan puestos importantes aquellos militantes que han sido herederos o beneficiarios de, cuando menos, una propiedad).

Para completar el perfil del personaje que estelariza esta reseña, les diré que Raúl Cervantes Andrade es licenciado y doctor en derecho, ha sido dos veces diputado federal y actualmente es senador con licencia para desempeñar el cargo de procurador general de la República desde el 26 de octubre del 2016 y hasta el día de la fecha según consta en autos, el Ferrari, entre otros.

Como ustedes saben, Cervantes Andrade está esperando el pase automático para convertirse en el primer fiscal general de la República por un periodo de nueve años. Ya enfilado hacia el antiguo Distrito Federal, don Raúl prende la radio de su lujoso deportivo con valor cercano a los 4 millones de pesos. En el aparato escucha: “La Estafa Maestra, se fraguó entre los años 2013 y 2014 cuando el gobierno federal entregó 7 mil 670 millones de pesos a 11 dependencias, que a su vez otorgaron contratos a 186 empresas. De las 186 no debieron recibir recursos del erario 123 por carecer de infraestructura y personalidad jurídica. Se detectaron contratos ilegales por 7 mil 670 millones de pesos, dinero del cual no se sabe dónde quedaron 3 mil 433 millones de pesos. Los responsables de la estafa son Rosario Robles, cuando estuvo al frente de Sedesol; Alfredo del Mazo, que dirigió el Banco Nacional de Obras, y Emilio Lozoya en el tiempo que fue director de Pemex. La información surgió de una investigación del portal virtual Animal Político y de la agrupación Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad”. El dueño del Ferrari —rojo PRI— apaga la radio con coraje y piensa: Ese pinche muchacho pendejo del Claudio X González Guajardo, a qué le tira. Ya le dijo el presidente a su papá que le ordenara que dejara de estar chingando y no entiende. De los del Animal Político no me extraña porque son unos pinches muertos de hambre, pero ¡Claudio! Ni modo, voy a tener que entrar en acción para librar a Rosario y, otra vez, a Emilio; Alfredito no me preocupa tanto porque ya va a tener fuero.

El Ferrari se detiene. Un grupo de personas con mantas y letreros con el conocido #VamosPorUnaFiscaliaQueSirva” le impide el paso; entre ellos están Dante Delgado, Alejandra Barrales y Ricardo Anaya que muestran su registro de Movimiento Ciudadano, expedido por el INE.

¿Qué pasa? pregunta, con arrogancia infinita, el dueño del auto a una mujer que se acerca. Es Cristina Rocha Cito, su abogada. Señor, sucede —le dice humilde y nerviosa— que por un error administrativo del que no nos dimos cuenta durante seis años, su auto fue registrado en un domicilio de Morelos que no es el suyo. Suena el celular de Cervantes y lo contesta con premura. Señor —la arrogancia baja a nivel de sumisión— Sí señor. Comprendo. Todo sea por el bien del PRI que es tanto como decir el bien de México. Sí señor. ¡Qué viva el Movimiento Ciudadano!

Colofón

“Ojalá la Ley tuviera espinas, para que al menos les duela cuando se la pasen por los huevos”, Georgina Serrano Cervera.

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