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Si Estados Unidos realmente pretende que el renovado Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) cumpla con la ruta fijada por el representante comercial de ese gobierno, al primero que deben controlar es a su presidente.

Uno de los puntos que más parece preocupar al gobierno de Washington es la manipulación de las divisas para obtener ventajas competitivas en el libre comercio.

Fue un tema mencionado a la par que Robert Lighthizer, el representante comercial de la Casa Blanca, presentaba al Congreso su informe sobre los principales objetivos de la renegociación.

México no manipula el peso para obtener ventajas comerciales, pero tal parece que quien le otorgó alguna prerrogativa cambiaria al peso fue el propio presidente de Estados Unidos, Donald Trump.

Toda la letanía de amenazas contra México en los días previos a llegar al poder y durante las primeras semanas de su mandato llevaron la cotización del peso frente al dólar arriba de los 22. Eso que en el ánimo colectivo de los mexicanos fue visto como una desgracia, fue para los exportadores oxígeno puro en un momento donde el sector industrial se mantenía en una situación recesiva.

Los destinos turísticos se atiborraban de extranjeros que aprovechaban la ganga mexicana y los turistas nacionales que por su enojo y miedo hacia Trump y los dólares tan caros decidieron no viajar al extranjero y mejor descubrir México.

Entonces, el peso sí tuvo una ventaja cambiaria artificial, pero fue provocada por el propio presidente de Estados Unidos.

Entre los objetivos que persigue Washington para el futuro TLCAN está lograr una mayor integración de componentes de la región, rechazando a terceros que en la mezcla se sumen a los productos terminados.

Otra vez la idea de los expertos en comercio de Estados Unidos es combatir a los oportunistas que boicotean la actual integración… como Trump.

La empresa automotriz Ford fue obligada por el entonces presidente electo de Estados Unidos a dejar México para regresar a Estados Unidos, perdieron millones en la obra inconclusa que dejaron en San Luis Potosí para dar gusto a Trump.

Seguro que al interior de la empresa llegaron a la conclusión de que sus directivos estaban para maximizar las ganancias y no para dar gusto al presidente e hicieron una limpia al más alto nivel.

El resultado fue que Ford decidió que la producción de ese modelo en cuestión no sería ni para México, ni para Estados Unidos. El ganador fue China, con lo que además se perdía toda la cadena de integración norteamericana. Otra vez el gran colaborador para esta pérdida norteamericana fue Trump.

Además Estados Unidos quiere que los mexicanos tengan más acceso a los productos terminados de aquel país con franquicias fiscales más altas, lo que metafóricamente es opuesto a construir un muro entre los dos países.

En fin que un peso fuerte que permita más compras de México a Estados Unidos, menos no norteamericanos convidados al gran mercado comercial, mayor acceso al libre comercio electrónico con menos restricciones financieras y fiscales, la integración del sector energético al banquete trilateral. Nada pues que pueda sonar más amenazante que el discurso inicial de Donald Trump.

Hay mucho del cabildeo de mexicanos y canadienses en esta propuesta, sin duda. Pero tal parece que la principal batalla ganada hasta ahora para que prevalezca el TLCAN fue de la alianza del sentido común y los moderados del equipo contra los más radiales asesores de Donald Trump.