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Aunque Donald Trump insista en que Estados Unidos (EU) va ganando la guerra comercial, la realidad es que las medidas proteccionistas implementadas por su gobierno han generado una guerra en la que no hay ganadores y sí muchos damnificados, siendo el principal la economía global.

La apuesta de Trump, desde un principio, fue que la economía de Estados Unidos sufriría menos que la de sus socios comerciales, y que esto le daría poder para extraer concesiones en las negociaciones bilaterales. Este supuesto tenía ciertos méritos mientras el objetivo principal de la disputa con China parecía centrarse en reducir el déficit comercial de EU.

La apuesta era que China claudicaría pronto ante el costo económico y financiero de la imposición de aranceles por parte de Estados Unidos. Sin embargo, conforme se ha hecho más claro que el verdadero objetivo de la cruzada comercial emprendida por el gobierno de Estados Unidos es evitar que China asuma un papel más activo como potencia económica y política a nivel global, la premisa básica de la apuesta de Trump ha perdido relevancia.

Aunque por el momento parece haber una tregua entre Estados Unidos y China para no escalar aún más la implementación de aranceles, la estrategia de Estados Unidos en sí se ha extendido a la implementación de barreras no comerciales que atentan contra el modelo industrial adoptado por la economía china.

En este sentido, Estados Unidos ha incrementado la presión para que sus aliados no participen en la iniciativa china de la Ruta de la Seda (Belt and Road Initiative), ha vetado a la empresa estatal de telecomunicaciones china Huawei y ha incrementado su presencia y actividad militar en el mar del Sur de China.

El modelo económico de China para los próximos 20 años pretende la evolución de una potencia manufacturera a una economía basada en la innovación y la tecnología. La disputa actual con Estados Unidos es, cada vez más, percibida por los dirigentes chinos como una amenaza directa a la piedra angular de su modelo de política industrial.

En este escenario, se antoja difícil que China ceda simplemente porque su economía se está desacelerando, sobre todo cuando los electores estadounidenses podrían empezar a pasarle factura a Donald Trump por una desaceleración cada vez más tangible en Estados Unidos.

Hasta ahora, la desaceleración en la economía estadounidense se ha dado principalmente en el sector manufacturero, mientras que el buen desempeño del empleo y el consumo han mitigado el impacto sobre la actividad económica en general. Sin embargo, el impacto de las medidas proteccionistas en el comercio internacional y en el sector de manufacturas a nivel global está pesando cada vez más en Estados Unidos.

La actividad manufacturera en Estados Unidos, medida por el Índice ISM de Manufacturas, registró una caída inesperada por el mercado, y se ubicó en territorio de contracción por segundo mes consecutivo, y en su nivel más bajo desde la Gran Recesión del 2009.

Aunque el desempeño del índice ha estado consistentemente por debajo de las expectativas del mercado en lo que va del año, la lectura de septiembre cayó como un balde de agua fría, provocando una toma de utilidades importante en los mercados accionarios, e incrementando la percepción de vulnerabilidad de la economía estadounidense ante la desaceleración global.

La apuesta de que China claudicaría pronto se ve cada vez más lejana, mientras la disputa comercial atente contra el modelo industrial que China ha venido construyendo durante los últimos 20 años.

La única manera en que habría una resolución a la guerra comercial sería si Donald Trump, hambriento de generar noticias positivas, estuviera dispuesto a llegar a un acuerdo menor, principalmente enfocado en que China compre más bienes de Estados Unidos y en lograr ciertas mejorías en las prácticas de inversión extranjera y de protección a propiedad intelectual.

Esto parece poco probable, pero tampoco parecen existir incentivos para ninguna de las partes en este momento para escalar nuevamente la disputa, como sucedió en agosto y septiembre.

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