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La foto con la presidenta de Perú en San Francisco debe ser mera anécdota para el presidente. Lo que pudiera haberle dolido, es que Biden le agradeciera sus “efectivas operaciones de contención migratoria”. Que México le funcione Estados Unidos como migra.

Sí, porque, por un lado, el presidente afirma casi todos los días que los migrantes son los héroes y las heroínas que “nos sacan del hoyo”, con sus envíos de remesas: “Son como un billón doscientos mil millones de pesos, esto es lo que nos aportan”.

Pero, por el otro, para quedar bien con el poderoso vecino, dedica casi 30 mil soldados a impedir que los migrantes crucen del otro lado, para que luego envíen ese billón 200 mil millones de pesos que, según su frase, “nos sacan del hoyo”.

Peor: el elogio por “sus efectivas operaciones de contención migratoria”, viene del presidente del país al que el presidente mexicano acusa de creerse “el gobierno mundial”, cuando en realidad tiene, según él, “un departamentito de Estado”.

Sin embargo, la congratulación por perseguir migrantes debe afectar al presidente en lo decisiva que parece ser la historia en su vida, pues es descendiente directo de inmigrantes: su abuelo emigró de España en barco, oculto en un barril.

El diario español El País contó el relato de cómo, en 1914, José Obrador, un español de la región de Cantabria, emigró a los 14 años con documentación falsa, y se escondió en un barril para “hacer las Américas”. Llegó a Cuba; de ahí a México.

Aunque el presidente es, por encima de todo, un político pragmático que está haciendo un negociazo político y económico con la migración: tiene del cuello a Estados Unidos, al resolverle el tema interno que más le preocupa; y sus arcas se llenan de lana.

Mantiene a raya al poderoso vecino, con la amenaza de abrir la frontera a millones que acechan aquí para cruzar, si la se inmiscuye en el desmontaje de la democracia que arma desde 2018: captura de los órganos electorales y la Corte, militarización…

Y no sólo se retaca de los 58 mil millones de dólares que mandan los paisanos, sino también de las remesas de los centroamericanos y otros extranjeros que mantienen a sus parientes varados en México, en lo que siguen su camino a Estados Unidos.

Además, la mayoría de los mexicanos que se van, desde 2018, les pagan el viaje a los polleros con el dinero que reciben de los programas sociales del presidente y, ya del otro lado, mandan remesas: un negocio de ganar-ganar.

Claro que son “héroes” y son “heroínas”: le funcionan para quedar bien con Estados Unidos y le reportan millones de dólares.

Un negociazo.