Cualquiera de nosotros podríamos ser cancelados si nuestras opiniones no concuerdan con la tendencia
Visité el Museo de Arte de Dallas, entré a la sala de arte indígena americano y me topé con las siglas e.c. y a.e.c, por unos segundos me sentí perdida hasta que mi hermana me dijo “ya no se usan los términos antes de Cristo o después de Cristo” ahora se utilizan “antes de la era común o era común”. Se cambió la nomenclatura para descartar los matices religiosos. Sin embargo, ese antes y después de la era común es un eufemismo: sigue ajustado a la religión, es decir, al nacimiento de Jesucristo.
Existe una tendencia sociocultural —a veces llamada “nuevas sensibilidades”— en donde impera la corrección política y un uso excesivamente cuidadoso del lenguaje para no agraviar a las minorías que han sido históricamente discriminadas por su género, etnia, color de piel u orientación sexual. La cultura de la cancelación boicotea a las personas que con sus palabras, obras e ideas agravien o falten al respeto a las minorías o colectivos en desventaja.
La cultura de la cancelación ha alcanzado a la literatura, al cine y a los productos de consumo, entre muchas otras cosas. La novela Matar a un ruiseñor, de Harper Lee, fue prohibida en Virginia —y en varios estados más— ya que algunos padres de familia consideran que utiliza un lenguaje racista. HBO retiró de su plataforma la película Lo que el viento se llevó (basada en la novela de Margaret Mitchell) debido a que el guionista John Ridley (12 años de esclavitud) demandó su retiro. La marca Quaker Oats (propiedad de Pepsico) cambió el logotipo y el nombre de sus legendarios hotcakes que ostentaban la cara de la tía Jemima para no “perpetuar estereotipos raciales” en la América segregacionista. En México, el Negrito Bimbo cambió su nombre a Nito.
¿Cómo encontrar el equilibrio entre lo permitido y lo que ahora será cancelado? Es una línea muy fina que tiene implicaciones profundas. Recordar y estudiar el lado oscuro de la historia; holocaustos, dictaduras, genocidios, ecocidios deben servir para no sentirnos orgullosos sino más bien avergonzados y no repetir patrones perversos. Matar a un ruiseñor, ganadora del Premio Pulitzer, es un documento valiosísimo que muestra las condiciones en las que se vivía en Alabama en los años de la Gran Depresión: una sociedad racista, clasista y llena de prejuicios. Si no nombramos las cosas se olvidan y, a pesar de la cancelación, la población negra sigue viviendo discriminación y un racismo sistémico.
Querido lector, ¿está de acuerdo con esos cambios?, ¿no percibe cierto autoritarismo en el cancelador de oficio?, ¿a qué altura se debe colocar la barrera moral? ¿hasta dónde llega la libertad de expresión?, ¿nota un tufillo de censura? Cualquiera de nosotros podríamos ser cancelados si nuestras opiniones no concuerdan con la tendencia. Es necesario hacer una pausa reflexiva acerca de los errores históricos de la humanidad y reconciliarnos con ellos a través del conocimiento, no del olvido. Evolucionemos como humanidad desde la solidaridad, el debate, lo plural y lo diverso.