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Hay un eufemismo ampliamente utilizado en las operaciones militares, en especial aquellas encabezadas por Estados Unidos, que minimizan las muertes y los daños no intencionales que se llegan a producir.

Son los daños colaterales. Sea una barda caída o un grupo de civiles asesinados al perseguir un objetivo militar, son parte de los “collateral damages”, frase que es prima hermana de aquella del fin justifica los medios.

Ese pragmatismo de entender que en el camino puede haber daños no intencionales en busca de un bien superior para la causa común es también ampliamente practicado en las políticas económico-financieras de Estados Unidos.

La historia es larga, pero hay ejemplos recientes que muestran como el país que tiene el monopolio de la impresión del dólar estadounidense puede manipular los mercados a su conveniencia, sin importar los efectos colaterales para otros mercados.

Más allá de los actos delictivos que se han cometido en los mercados estadounidenses y que sí han implicado crisis mundiales, como los bonos subprime que desataron una crisis financiera sin precedentes a finales de la primera década de este siglo, hay medicinas que dejan secuelas globales.

Tras la crisis económica derivada del confinamiento por la Covid-19 el gobierno de Estados Unidos decidió dotar de una extraordinaria liquidez a sus ciudadanos para que rápidamente salieran de la profunda recesión.

De hecho, fue algo que hizo la mayoría de los países que ponen a sus ciudadanos en el centro de su interés. Pero el tamaño del rescate estadounidense fue descomunal.

Tantos dólares en manos de tantos consumidores también fueron causa del inicio de la burbuja inflacionaria mundial. Claro, aquí se juntaron tantos factores, como la falta de chips, los problemas de logística, la ruptura de cadenas y el colofón de la invasión rusa a Ucrania que se reparten y se diluyen las causas adjudicables a ese rescate fiscal.

Ahora que el mundo está metido en el peor periodo inflacionario del siglo, la medicina amarga es restringir esa liquidez a través de subir el costo del dinero.

El propio presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, adelanta lo doloroso de la medida para la economía de su país. Sin embargo, es una molestia temporal que se tiene que ver recompensada con el regreso a las inflaciones estables para después emprender un camino hasta las tasas de interés neutras o bajas.

Pero el daño colateral del alto costo del dinero se dejará sentir en especial en los mercados emergentes.

No solo importaron buena parte de la alta inflación, sino que además tienen que enfrentar los mayores costos de financiamiento de sus deudas en dólares, la depreciación de sus monedas y el ajuste de sus tasas de interés para compensar los efectos de la medicina de la Fed.

México es un mercado emergente, que tendrá que pagar su factura de la medicina fiscal y monetaria de Estados Unidos, pero tiene algunas características que le han permitido amortiguar el impacto de ese daño colateral.