El aguacero de reflexiones nos interpela: buscamos la belleza a como dé lugar y negamos el paso del tiempo en nuestros huesos. La búsqueda de la juventud es ahora el Santo Grial
La búsqueda del absoluto de Honoré de Balzac (1834) —que forma parte de La comedia humana— es una novela de búsqueda más allá de las posibilidades del hombre. El personaje principal, Balthazar Claës, deja la vida en ello al intentar un objetivo no humano y perseguir lo imposible: crear diamantes. Una vez que penetra en la búsqueda solo encontrará desasosiego, oscuridad y fracaso. Jamás podrá salir de ello, es como si el maligno lo poseyera y olvidara todo lo que le rodea: familia, caudales, escritura y tan sólo se centrase en la consecución de su empeño imposible.
Recordé a Balzac al salir de la sala de cine después de haber visto La sustancia, una película de horror y ciencia ficción de Coralie Fargeat. Al cumplir 50 años, la celebrada diva y actriz Elisabeth Sparkle (interpretada por Demi Moore) es despedida de su programa de aeróbics porque buscan sangre nueva, una mujer joven que la reemplace. Sabedora del ocaso de su belleza se inyecta una sustancia elaborada por un laboratorio desconocido que replicará sus células y creará una mejor versión de sí misma: más joven y bella.
De inmediato llueven más intertextualidades: El Fausto de Goethe, que vende su alma al diablo a cambio de sabiduría infinita y trascendencia en la Tierra. La voz del laboratorio de La sustancia es un Mefistófeles moderno y a la actriz Sparkle no le importan los medios para conseguir el fin. Pero ojo, la actriz dará a luz —a través de un tajo en su columna vertebral convertida en canal de parto— a su mejor versión y alternará con ella su presencia en “la vida real” cada semana. Las instrucciones dadas por el laboratorio es que siempre tenga en mente que a pesar de tener dos cuerpos es una misma mujer. Fargeat también retrata al Dorian Grey de Oscar Wilde: la belleza y la sensualidad son los motores de la vida humana y, mientras la Elisabeth madura (Demi Moore) envejece con celeridad, su mejor versión (Margaret Qualley) despliega una juventud y una belleza fuera de este mundo. Y aquí entra en escena El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde de Robert L. Stevenson: la misma persona —a través de una sustancia antídoto— tiene una doble vida donde alterna su profesión de médico serio y compasivo con una criatura lujuriosa y horrenda que da rienda suelta a sus bajos instintos. Las estampas de La sustancia no sólo nos recuerdan grandes novelas sino también filmes como Carrie (1976) y El resplandor (1980).
El aguacero de reflexiones nos interpela: buscamos la belleza a como dé lugar y negamos el paso del tiempo en nuestros huesos. La búsqueda de la juventud es ahora el Santo Grial. Nos inyectamos sustancias para vernos más jóvenes, sembramos de plástico nuestros organismos, cortamos los pellejos sobrantes a través de cirugías que pueden costarnos la vida: arriesgamos lo fundamental por la frivolidad. ¿No sería más sano ir en contra de los estereotipos de belleza sembrados por los medios y hacer las paces con nuestra sublime humanidad?