La militarización no sólo ha desvirtuado la función de las corporaciones militares
El sexenio alcanzó en estos días la cifra más alta de homicidios registrada durante un gobierno: 156 mil 136. Esto es 65% más que durante el sexenio de Calderón en el mismo lapso; 50% más que en el de Peña.
A esa cifra hay que añadir 36 mil 78 desaparecidos, previsiblemente muertos también, enterrados en fosas desconocidas, o sometidos a algún régimen de trata de personas, conducidas a la prostitución, la extorsión, los trabajos forzados o la leva criminal.
Conocemos el efecto anestésico de tanta violencia: la brutalidad de cada crimen acaba disuelto en el anonimato de las cifras agregadas de todos los días.
Masacre tras masacre, horror tras horror, vamos mirando hacia otra parte, pasando como sobre ascuas por las hogueras que devoran vidas.
Dejamos de ver al elefante en la sala y en el cementerio.
Atrás del cementerio está el horror de zonas enteras capturadas por bandas criminales que ejercen como dueños, como brutales autoridades sustitutas, como señores de horca y cuchillo, sobre vidas y haciendas.
El país está lleno de “zonas de silencio”, como las nombró Claudio Lomnitz en su ciclo de conferencias sobre Zacatecas, en El Colegio Nacional.
Hay zonas de silencio, zonas capturadas y gobernadas por el crimen en toda la República. Es la probable condición de vida de aquel treinta por ciento del territorio nacional que algún general estadunidense dijo que dominaba el crimen organizado.
Las zonas del silencio son zonas de miedo, sobre las que pende la inminencia continua del horror. Comunidades enteras que se saben capturadas y vigiladas por sus captores, de los que saben todo pero no pueden decir nada, y a los que les pagan para sobrevivir.
Nadie parece más interesado en no ver al elefante de la violencia que el gobierno federal y sus fuerzas de seguridad.
Nadie se ha mostrado más ineficaz en combatir al elefante que quienes recibieron en este gobierno la encomienda de hacerlo. Tienen las peores cifras de la historia reciente.
La militarización no sólo ha desvirtuado la función de las corporaciones militares. También las ha distraído de la tarea que este gobierno les entregó en exclusiva: la seguridad.