Elecciones 2024
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De no ser por AMLO, las campañas presidenciales serían decepcionantes. Un fracaso monumental, a la hora de atraer la atención de los votantes. En las antípodas, Ricardo Anaya y José Antonio Meade han optado por la contención, aunque por razones distintas. El abanderado frentista, gracias a los buenos oficios del Jefe Diego y Santiago Creel, logró frenar la embestida oficial que buscó impedir su condición de second best.

Meade, por el contrario, no hará ninguna condena a la corrupción sexenal. Ni se deslindará del legado peñista, consciente de que en el pecado llevará la penitencia.

Su obsesión por minimizar los riesgos, casarse con una estrategia (¿error de diagnóstico?) y, sobre todo, en las mediciones que lo colocan en empate técnico con el abanderado frentista es reflejo de su disciplina, de su meticulosidad.

Tal vez por eso, los chispazos (#YoMero, el más chingón o el tipo que cuestionó la honestidad de AMLO, pero no muchos más) son los momentos que han permeado de la campaña meadeadista, más que las propuestas para mover a México.

¿Falto de pasión? Anaya, a diferencia de Meade, es egocéntrico, agresivo, ambicioso, sin escrúpulos. Llegar a Los Pinos, pero no a cualquier costo.

Si la campaña de Meade está ayuna de agresividad, la de Anaya tampoco ha sido disruptiva. ¿Innovadora? Menos. Apegados al guión original, sin capacidad de desafiar las reglas, ambos resultan robóticos. No emocionan a las multitudes. El rey del mitin, hace mucho, es AMLO.

En corto, el abanderado del sistema luce sereno y analítico si se trata de las materias de su expertise aunque peca de cierta soberbia a la hora de las estadísticas oficiales. Hay campos del derecho electoral o de la operación política donde podrían aflorar algunas deficiencias, pero un candidato no está obligado a la erudición.

Simpático, pícaro, pero sin intimar. El tecnócrata más brillante de su generación dejó —por culpa de sus asesores— la parte humana de su campaña a su esposa, Juana. Las sonrisas, el buen rollo, son para las reuniones petite comité, no para los mítines. Está consciente de su capacidad de asimilación, pero sabe que el tiempo transcurre indefectible. Y que la cita de las urnas será implacable.

Las campañas del siglo XXI ocurren más en los espacios digitales que en las plazas públicas. Tal vez por eso, ni Meade ni Anaya emocionan como alguna vez —hace no mucho— lo hicieran Fox o Peña Nieto. Ambos presumen de su nivel intelectual, de su preparación académica, pero transmiten menos coraje, menos personalidad y menos agresividad que los candidatos de antaño.

¿El voto duro salvará a Meade? Al principio de la contienda, claramente la estrategia era atraer a los panistas resentidos con Ricardo Anaya y también a un segmento de los votantes apartidistas, aquellos susceptibles a la campaña del miedo.

El exsecretario de Hacienda reiteradamente se queja de que apenas lleva cuatro meses de gira, mientras que AMLO va por su tercera campaña presidencial y Ricardo Anaya acaparó la propaganda del PAN desde que llegó a la dirigencia del partido blanquiazul.

La figura de Meade, per se, no era suficiente para reducir la brecha, apenas con 90 días de campañas y las restricciones del modelo de comunicación vigente. La percepción del público sobre su personalidad ha determinado los contenidos de su mensaje en los spots pautados en los medios electrónicos y los mensajes de las redes sociales.

Meade ha seguido a pie juntillas las indicaciones de sus estrategas. Los escándalos electorales han tenido poco impacto en el comportamiento electoral, mientras que la violencia, la corrupción y el aumento de los homicidios han adquirido un peso.

Quedan cuatro semanas a la campaña presidencial. Ni Meade ni Anaya están dispuestos a ceder, en la pretensión empresarial de lograr un rival que detenga a López Obrador. Aunque después de sus encontronazos con “ya saben quién”, el Consejo Mexicano de Negocios ha programado diálogos con los cuatro candidatos a la Presidencia de la República, en los que además de escuchar sus distintas propuestas y visiones de gobierno, los consejeros externarán sus inquietudes e ideas para generar una conversación #DiálogosPorMéxico.

“Con ello, el Consejo Mexicano de Negocios reitera su compromiso para impulsar la democracia y fomentar acciones que contribuyan a acelerar el crecimiento económico y la generación de empleos, para lograr así construir un país más justo, seguro e incluyente”, dijeron los poderosos.

Las reuniones serán privadas y no se informó de las fechas.

EFECTOS SECUNDARIOS

RESTAURACIÓN. En el diagnóstico de la realidad nacional, los aspirantes presidenciales de oposición han expuesto el error peñista de fusionar las secretarías de Gobernación y Seguridad Pública. Voces expertas se suman a esa crítica y plantean crear una instancia que concentre a todas las corporaciones policiacas que operan en el país —nacional, estatal y municipal—, cuyo principal objetivo sea la lucha frontal contra el crimen organizado. Para ello, se tendría que modificar la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal, dijo Alejandro Desfassiaux, quien además sugiere la creación del Colegio Nacional de Policía, para que exista una profesionalización, homologación de criterios y mandos. Desfassiaux, presidente fundador del Consejo Nacional de Seguridad Privada, presentó cinco propuestas para reducir los índices delictivos en el libro Cómo poner un alto a la inseguridad en México.