Elecciones 2024
Elecciones 2024

El tiempo de los ciudadanos ha llegado. Los candidatos propusieron y corresponde a ellos ejercer su derecho y cumplir su obligación.

Entre mayor fuera la participación, mayor sería el respaldo para quien resultara electo. Entre más información y razonamiento acompañara la determinación del votante, mayor calidad tendrá el cómputo final.

La elección más grande, compleja y costosa en la historia moderna de México transcurrió sin sobresaltos en la instalación de las mesas receptoras de los votos pero de antemano estaba destinada a la lentitud. La casilla única en las entidades con comicios concurrentes a la votación federal explicaba las largas filas, más que el entusiasmo ciudadano por sufragar. Y el conteo de las papeletas tomaría varias horas, después del cierre de las votaciones.

En la víspera, Lorenzo Córdova apeló a la prudencia de los actores políticos, pero fueron llamados a misa. A media mañana de la jornada dominical ya circulaban profusamente —en las redes sociales, ¿dónde más?— resultados de escandalosas encuestas de salida que auguraban el vuelco más inverosímil en la historia electoral.

Por el caro y engorroso método de votación, por el indolente mercado de información basada en encuestas, pero sobre todo por el preocupante protagonismo de las autoridades electorales es necesario reformar el marco institucional, que regular la celebración de los comicios.

La nacionalización de las elecciones —quedó comprobado— no es necesariamente una buena idea. Sobre todo, a la hora de reportar los resultados. El diseño institucional —herencia de una generación de gobiernos divididos y coaliciones electorales que nunca pudieron establecer un acuerdo de mediano plazo para encauzar al país— resulta muy eficiente en escenarios de competencia reñidos. Pero, como quedará comprobado con la emisión del cómputo oficial, la victoria contundente de AMLO no dará margen a la especulación.

Domingo electoral. A las urnas para elegir al presidente de la República y renovar al Congreso de la Unión (500 diputados federales y 128 senadores), además de 1,596 presidentes municipales en 24 estados, juntas municipales en Campeche y 16 alcaldías en la Ciudad de México, donde también hubo votaciones para jefe de Gobierno y para renovar las gubernaturas de Chiapas, Guanajuato, Jalisco, Morelos, Puebla, Tabasco, Veracruz y Yucatán.

En total, 3,406 cargos de elección popular estuvieron en juego ayer. A las urnas podían acudir 89.1 millones de mexicanos inscritos en la lista nominal de electores. De éstos, una cuarta parte son jóvenes. ¿Los primovotantes permitieron el cambio de régimen?

Acabar con la narrativa de la dictadura perfecta (Vargas Llosa dixit) ha sido demasiado costoso para el erario.

El declive del PRI y la irrupción de Morena son los fenómenos a observar. El Frente por México resultó una estrategia fallida. Después de eso, en el 2018, ¿es un voto rabioso?

Pero también es posible, independientemente del resultado, que los perdedores no lo acepten y aparezca el fantasma de la inestabilidad, como sucedió después del proceso electoral del 2006.

El temor se apoya en las declaraciones de López Obrador contra las reformas y su intención de someterlas a la “voluntad popular”. Lo único cierto es que después de cuatro décadas, del sistema de partidos y las reglas electorales hay evidencias contundentes del agotamiento total de nuestra democracia actual.

Las reglas de la competencia y la virulencia de los actores políticos elevan la incertidumbre, no sobre el resultado sino respecto de la reacción de los ciudadanos ante el escrutinio de las urnas.

La corrupción, la impunidad, la inseguridad y la economía fueron las variables determinantes de la decisión de los ciudadanos, mas no de la agenda de las campañas presidenciales. Las promesas de un “México ganador” o de un país entre las 10 economías más boyantes del mundo importaron menos que la honestidad y la confianza en el líder que deberá encarar a Donald Trump y la guerra arancelaria en ciernes.

Como en el 2006, la injerencia de poderes económicos dispuestos a inclinar la balanza en contra de una de las opciones políticas. A diferencia de hace 12 años, el candidato sujeto de la campaña negra mostró templanza y sin mandar al diablo a las instituciones encaró a sus críticos; mientras que el Ejecutivo federal entendió a tiempo que el ánimo popular hará posible un cambio de régimen.

La disputa electoral enfrenta a los partidos tradicionales contra la sociedad. El sistema partidista, definido como el monopolio de quienes han usado el dinero público y la representación en beneficio de sí mismos, de quienes en silencio o con millones invertidos en propaganda, forman parte del pacto de impunidad a través del cual se gobierna en México.

Del enojo a la esperanza no hay un solo paso. El discurso contra la mafia del poder pasará a la historia. Y comenzarán los llamados a la reconciliación.

Era imposible ignorar el malestar de la gente. El descontento con el sistema de partidos tradicionales. El hartazgo con la impunidad de los gobernantes y los privilegios de una élite fatua y jactanciosa.

Para reconocer los resultados requiere de demócratas, de instituciones sólidas y un entramado jurídico que prevalezca, sin importar el resultado. Y la reivindicación de la política es posible.

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