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El mayor riesgo para mí de un presidente como López Obrador no es que quiera o pueda hacer de México una Venezuela o una dictadura, repetir la experiencia de Chávez, la de Fidel Castro o incluso la de Lázaro Cárdenas.

El problema, me parece, es que entiende y vive la política fundamentalmente como confrontación. No hay un momento de su historia política que no esté marcada por el conflicto, la protesta, el desacuerdo, la movilización, el amago, la dureza verbal, tú o yo, ellos o nosotros.

Si López Obrador se encendiera también con la parte negociadora de la política, ya habría sido presidente de México, como sugerí aquí hace dos días.

Pero no. Su programa de gobierno plantea no una mejora o una corrección  sino una ruptura con las reformas, las políticas públicas y las instituciones del país que recibe.

Son propuestas de cambio simples, por su mayor parte irrealizables, centradas en la voluntad y la acción del propio AMLO, como si el país fuera una masa de plastilina que él va a cambiar de cabo a rabo con sus manos y su ejemplo.

El peligro de AMLO para la vida pública mexicana es que traiga al gobierno el impulso de la confrontación que marca su historia, que imponga a la Presidencia su marca de fábrica: litigio múltiple hacia fuera y voluntad única hacia adentro, de modo que la ya de por sí estridente, rijosa, con frecuencia estéril temperatura de la vida democrática mexicana, se vuelva un solo gran barullo querelloso presente hasta en la sopa.

El triunfo de AMLO podría tener severas consecuencias monetarias y financieras, que ya anticipan los analistas económicos.

Pero quizá su consecuencia pública peor sería extender seis años el tono de enfrentamiento de los tiempos electorales que vivimos, con AMLO peleando a brazo partido desde la Presidencia contra todo lo que se opone a lo que él propone.

Si triunfa AMLO, y todo indica que triunfará, lo que podríamos tener en el país es un litigio político permanente, capaz de crear grandes incertidumbres sin lograr grandes cosas: una especie de parálisis  con crispación.

No es en Chávez, Castro o Cárdenas en quienes pienso cuando imagino a López Obrador presidente. Es en Luis Echeverría.

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