Elecciones 2024
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Una de las expresiones más idiotas de la austeridad republicana, juarista o franciscana es la pichicatez que comenzó a aplicarse para el pago de la energía eléctrica en la Cámara de Diputados que, en mancuerna con el Senado, representa al Congreso, uno de los Tres Poderes de la desgreñada Unión.

El martes por la tarde se formalizó la circular de la Secretaría General del abaratado cuerpo legislativo firmada por el pretenciosamente llamado Director General de Recursos Materiales y Servicios, Juan Alberto Armendáriz, al tiempo que las áreas comunes ya solo se medio distinguían con una luz mortecina que hace pensar en luminarias de velas y antorchas medievales.

Casi en penumbra quedaron el lobby principal, los excusados y otras instalaciones diseñadas por el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, y el colmo de la vergüenza: fueron desconectados los electrodomésticos porque el cuentachiles administrador de la miseria cree que la preparación de un pinche café vulnera la de suculentos potajes legislativos que se cocinan en San Lázaro para bien de la República.

El absurdo provocó rechiflas de las fracciones opositoras y uno que otro morenista, ya que refrigeradores, hornos de microondas, ventiladores y cafeteras quedaron condenados a chatarrizarse, pese al servicio que prestaban, sobre todo, a los empleados que mantienen el recinto funcionando y rechinando de limpio

Abundan argumentos para la inconformidad y el pitorreo. El principal: que los trabajadores cubren jornadas mínimas de ocho horas y se les despojó del gusto de refrigerar o calentar su comida. Pero aún si la medida solo afectara a los 500 diputados y sus achichincles, ¿quién en uso pleno de sus facultades mentales objetaría que se pueda preparar un té, entibiar una torta, un sándwich o una garnacha?

La medida es un escupitajo a la dignidad que debiera caracterizar a la Cámara de Diputados, cuya súbita mediocratización se comprende porque fueron los lacayunos integrantes de las Comisiones Unidas de Crédito Público y de Presupuesto y Cuenta Pública quienes aprobaron (a la medianoche del lunes) la jocosa Ley de Austeridad Republicana que legaliza un compromiso de campaña de Andrés Manuel López Obrador.

El ridículo responde a lo que el estulto señor Armendáriz quiso interpretar del exhorto presidencial al Congreso para sacar la referida ley: “Si veo que se pasa el tiempo y no se aprueba, como depende de nosotros, memorándum, memorándum interno para que nadie vaya a pensar que es lo mismo”, advirtió, ¡y chíngale!: ipso facto se dejó a los tangueros diputados con todo a media luz.

Ante la experiencia reciente del paquete explosivo que pudo matar a una legisladora de Morena en el Senado, ya ni soñar con detectores de armas o bombas ni preocuparse por un órgano del Estado que, dicho sea de paso, algo tiene que ver… ¡con la seguridad nacional!

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