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He comentado esta semana el libro de López Obrador 2016. La salida, subrayando la simpleza de sus instrumentos, el optimismo de sus cifras, la desmesura de sus promesas.

Añado ahora mi asombro ante lo que habría que llamar el mensaje espiritual del libro: su propuesta de una “república amorosa”.

López Obrador no solo se propone traer a México prosperidad y bienestar, se propone también revolucionar su espíritu y entregarle la felicidad. Dice:

“Cuando hablo de una república amorosa, con dimensión social y grandeza espiritual, propongo regenerar la vida pública de México mediante una nueva forma de hacer política, aplicando en prudente armonía tres ideas rectoras: la honestidad, la justicia y el amor. Honestidad y justicia para mejorar las condiciones de vida y alcanzar la tranquilidad y la paz pública; y el amor para promover el bien y lograr la felicidad”. (p. 261)

No hay novedad en los temas y tonos bíblicos del discurso de López Obrador, pero en ninguna parte los había leído tan claros como aquí.

Y con tanto desparpajo. Caben en su alegato por la felicidad social citas de José Martí, la constitución americana, la constitución de Apatzingán, el antiguo testamento, el nuevo testamento, Aristóteles, Eduardo Galeano, Ricardo Flores Magón y Silvio Rodríguez.

Dejamos aquí los linderos de la política y entramos en los de la fe. La agenda se vuelve evangelio, el proyecto político, camino de redención.

Yo no he visto nunca en López Obrador sino a un político profesional. Soy incapaz de penetrar ni de creer en su dimensión religiosa. Lo que veo en su evangelio, por lo tanto, es sobre todo el propósito político.

Creo que lee bien, hace tiempo, el germen de revolución moral que hay en el país y para captarlo en su favor ha decidido ir un paso más allá del discurso de la indignación, hasta el discurso religioso.

La pregunta sigue siendo cuántas ganas de creer hay en los mexicanos y si saltarán o no a los brazos de una promesa total, cuasi ultraterrena, de cambio.

López Obrador parece actuar en esto con pragmatismo absoluto, subiendo las apuestas: si tenemos que hacer promesas incumplibles, que sean gigantescas; si tenemos que dar soluciones difíciles, démoslas absolutas; si tenemos que estimular la fe, prometamos el cielo en la tierra.

Va ganando.

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