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Durante muchos años, especialmente en la siniestra etapa de nuestra historia nacional conocida como el periodo neoliberal, de cuya mefítica presencia apenas nos estamos librando gracias a los esfuerzos redentores del nuevo gobierno, los embajadores mexicanos ante la Casa Blanca eran expertos en finanzas.

Banqueros, como Juan José de Olloqui, ex secretarios de Hacienda, como Petriccioli o Hugo B. Margain  y economistas como Jesús Silva Herzog. Hubo de todo, como en la botica.

La lista es interminable, como también lo es la de los diplomáticos de carrera, como Don Rafael de la Colina, Manuel Tello y más recientemente Marta Bárcena quien como premio a su disciplina, capacidad y su tersura para dejar el cargo sin aspavientos pugnaces, ha sido designada embajadora eminente.

Lindo reconocimiento para colgarlo en las paredes del retiro.

Pero ahora ha sido designado embajador en Washington un hombre entre cuyas habilidades no están ni la diplomacia ni la administración pública. Quizá tenga gran conocimiento de las ciencias ocultas. Tan ocultas como su ciencia.

Lo último memorable de Esteban Moctezuma es su frecuencia en el uso del cubrebocas hasta en las reuniones con el presidente quien se rehúsa a usarlo. Una muestra de cautela personal y social, En una palabra; buena educación; buena cuna.

También se recuerdan de él las maromas para explicar la maravilla de la televisión en el proceso educativo nacional y su frase inmortal decretando la muerte de la “caja idiota”, a la cual rebautizó como la caja educadora.

Pero no todo son buenas prendas en su historia pública. Esteban Moctezuma prevaricó desde los albores de la Cuarta Transformación: le endilgó a la Secretaría de Educación –a su cargo– las orquestas infantiles promovidas por él, cuando era un empleado de alto rango en la empresa de Ricardo Salinas Pliego, el gran corsario de la IV-T.

Hoy en el recuento de su carrera, ya no tiene caso recordar (nomás de pasadita), su monumental fracaso como Secretario de Gobernación durante el gobierno de Ernesto Zedillo cuando Andrés Manuel López Obrador (su actual jefe), protestaba por la elección perdida en Tabasco contra Roberto Madrazo.

El Ejecutivo orilló a Madrazo a la renuncia, ofreciéndole –por cierto—la Secretaría de Educación Pública, lo cual rechazó–, y terminó gobernando con él hasta el año 2000. El (des) operador político de semejante desastre era Moctezuma por lo cual fue defenestrado del Palacio de Covián.

Pero el tiempo lo lava todo y como dicen en las novelas románticas, el olvido tiende su manto piadoso sobre nuestras desventuras.

Ahora va a entenderse con un gobierno de personas educadas. No sólo finas por comparación con Donald Trump, nuestro cavernícola favorito, quien a pesar de sus pésimas formas o quizá por ellas, puso de hinojos al gobierno mexicano en tantas y tantas desafortunadas ocasiones (en eso fueron iguales Peña Nieto y Don Andrés Manuel), como para sentir pena cuando uno intenta el recuento de las humillaciones. Quizá la peor haya sido agradecer públicamente el maltrato.

Esteban Moctezuma hará un buen papel. Le bastará con aplicar sus mejores virtudes, una de las cuales es flotar.

Es de suponerse una relación obsecuente con Marcelo Ebrard, quien seguramente no terminará el sexenio en ese puesto. Los movimientos políticos y la carrera por la sucesión, podrían hallarlo en una distinta encomienda.

Mientras tanto Esteban Moctezuma acatará los dictados de la avenida Juárez. Con buenas maneras y sin demasiada complejidad, recompondrá la relación con los demócratas y para no equivocarse preguntará todo antes de hacerlo.

Además, cumplirá con una de las principales obligaciones de un embajador, según decía el inmenso Rafael Segovia: no meter los dedos en la sopa.

Para quedar bien con los americanos basta leer este párrafo de Henry Kissinger en su monumental “La diplomacia”:

“Nunca chocaron el afán de expansión de los Estados Unidos y su creencia de que constituían un país más puro y de mejores principios que ninguno de Europa. Como no consideraban política exterior su expansión, los Estados Unidos pudieron valerse de su fuerza para imponerse –sobre los indios; sobre México, en Texas— y hacerlo con la conciencia tranquila. En pocas palabras, la política exterior de los Estados Unidos, consiste en no tener una política exterior”.

LÓGICA

El aumento al salario mínimo en quince por ciento `puede parecerle a todo mundo un acto de justicia, menos a quienes van a despedir al quince por ciento de sus trabajadores. Quizá el alza no sea negativa; lo nocivo es haberlo hecho en esta epidemia de negocios quebrados.