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No es verdad que al que madruga Dios lo ayuda. El martes de la semana pasada, mi esposa, mi hijo Emilio y yo madrugamos con el fin de llegar muy temprano a formarnos en la fila para sacar la Credencial Nacional para Personas con Discapacidad, en una oficina del DIF.

La idea de sacar la credencial para mi hijo Emilio de 27 años en condición Asperger —espectro autista— no fue con la intención de, posteriormente, recibir la ayuda que el gobierno otorga. Claro está que si ésta llegara no vamos a renunciar a los beneficios concedidos; pero más que nada la idea de tener una credencial en la que se especifique lo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) llama condición, que no discapacidad, es la de prever un evento desagradable o que nuestro hijo aprenda a solicitar ayuda mostrando su documento. (Emilio tiene plena conciencia de la naturaleza de su condición).

Cuando Emilio era niño —5 o 6 años— ya tuvo una credencial similar a la actual que nos sirvió, sobre todo a mi esposa, para llevarlo al baño de mujeres en restaurantes y otros sitios, o para explicar algunas conductas —en los almacenes le gusta acomodar la mercancía, por ejemplo—. Sin embargo, creció y no actualizamos el documento. Debería de haber bastado el mostrar la antigua credencial para obtener la nueva sin tantas diligencias. Pero por lo visto, en el gobierno piensan que el autismo tiene fecha de caducidad.

Un requisito para obtener el carné es que debe ser un médico del sector salud el que certifique la condición del solicitante. Además, existe la equivocada creencia de que el autismo y el Asperger sólo se viven durante la infancia, cosa que no es cierto, son para toda la vida.

Llegamos a la oficina burocrática o mejor dicho, a la calle donde ésta se encuentra a las 6 de la mañana con una temperatura de 7 grados centígrados. Un vigilante nos dijo que primero reciben a las personas que tienen cita; no obstante, que mi esposa había preguntado telefónicamente y le dijeron que no se hacían citas sino que se recibían a las personas conforme fueran llegando. Por si algo faltara un vendedor de tamales con una cornetita hacía, constantemente, ruido para ofrecer su mercancía. (Una de las características de las personas Asperger es su aversión hacia los ruidos estridentes).

En la oficina ya estaban 20 personas que habían hecho cita. Además el vigilante nos hizo saber que faltaban por llegar 10 personas más que sí previeron la cita. Éstas llegaron a las 7:15 y entraron como si nada. Los demás nos tuvimos que esperar en la calle, en el frío y en la lista de espera, todo esto amenizado por la cornetita del tamalero.

Después de hora y media en la intemperie nos fueron llamando, sin tomar en cuenta el horario de llegada. Como pudo mi mujer entró, presentó los papeles y le dieron el número 19. Pasaron más de dos horas. A la sala de espera llegó una señora: “Vengo desde Las Lomas, no pensé que fuera tan difícil estacionarme por aquí. Debí traer a mi chofer”. Mi esposa conversa con ella sobre la condición de su hijo. Sorprendentemente la pasaron de inmediato. (En la 4T no hay influyentismo). Olvidó un documento, se fue, regresó y la volvieron a pasar de inmediato.

Siete horas duró la tramitación. No obstante que tanto en la página de Internet como en la oficina anuncian con visibles letreros que el trámite es completamente gratuito, tuvimos que pagar 790 pesos. Ya en casa nos percatamos que el documento del pago, que tenemos y podemos presentar, no se ven anotadas cantidad ni fecha alguna.

Ahí está el elefante paralítico al que la 4T no puede mover. Además sigue igual de corrupto.