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Donald Trump está haciendo algo que hasta ahora no había acostumbrado: está leyendo sus discursos del prompter en lugar de improvisar sus palabras.

No es poca cosa que este inminente candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos cuide más sus palabras. No es otra cosa que una estrategia de privilegiar, al menos por ahora, el trabajo de su equipo de pensadores por encima de los exabruptos neuróticos que lo definen.

Ahora, el hecho de que lo lea no garantiza que sea un discurso congruente que no implique peligros para el mundo. Y el planteamiento hecho hasta ahora en materia energética es una buena prueba.

La bandera que usa Trump y que será la guía de su campaña reza “America First”, algo que desde este lado de la frontera debemos leer como Estados Unidos primero. Un concepto que en principio no es tan diferente de lo que en su momento Hugo Chávez pensó y diseñó como la República Bolivariana de Venezuela.

En materia de combustibles, el eje de la política de Trump será la declaratoria de independencia energética de Estados Unidos. Los socios extranjeros serán elegidos en función de la alineación que tengan con las políticas exterior y antiterrorista que dicte el gobierno de Washington.

Estados Unidos es hoy un muy importante productor de hidrocarburos; sin embargo, mantiene su condición de importador neto, más cuando los precios tan bajos del petróleo han implicado la suspensión de muchos proyectos de producción de shale gas que tienen costos altos.

Las condiciones del mercado indican que si es posible conseguir energéticos más baratos en el exterior, así se hace. Como sea, son decisiones de negocio de agentes privados.

Pero bajo la perspectiva nacionalista que plantea el republicano, lo que se privilegia es la autosuficiencia por encima de los costos. Podría eventualmente requerir de subsidios a la producción local para compensar cualquier diferencia negativa con los precios internacionales. Esto es correr en contra de una economía de mercado que prácticamente ellos inventaron.

Prometió su apoyo para el incremento de la producción en tierra y en aguas profundas y prometió apoyar a los productores de carbón, lo cual corre en contra de los planes de energías más limpias en ese país.

Evidentemente que si este personaje no cree en las bondades de la globalidad para su economía, menos va a ser un convencido de los efectos negativos que tiene el cambio climático.

Las empresas del sector energético han sido tradicionalmente aliadas de los republicanos, y con estas promesas tan apetitosas para ellos, no harán otra cosa que volcarse a favor de Trump.

En este planteamiento del candidato millonario hubo referencias a buscar alianzas con los países del golfo Pérsico; no es el primer guiño que le hace a los árabes, pero no tuvo ninguna referencia directa hacia otros productores, mucho menos para aquel que está al sur de sus fronteras.

En fin que ese nacionalismo del “America First” con todo y su carga de desprecio hacia los esfuerzos ecológicos en la industria energética estadounidense son una pincelada muy nítida de los colores de Trump.

Y si bien se trata de un discurso de alguien quien mantiene el estatus de precandidato, hasta que no sea designado en la convención republicana, hay que tomarlo en cuenta.

Porque si bien no es el favorito para ganar las elecciones, no hay que perder de vista que las aspiraciones de Donald Trump empezaron como una nota de espectáculos y hoy es un asunto prioritario en las agendas de todos los círculos de poder del mundo.