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El alegato de Womack sobre la dimensión  africana (negra, mulata, parda) de la rebelión indígena de Morelos es pertinente para la reflexión larga, racial y cultural de México.

Womack está apuntando a uno de los grandes fetiches, una de las grandes mistificaciones de nuestra conciencia histórica. A saber, nuestra noción del mestizaje como un asunto que se salda en la cama engendradora de un español y una india (no recuerdo un ejemplo de la cosa al revés: un indio con una española).

Pablo Escandón, el hacendado mayor derrotado por los zapatistas, olió muy bien el fondo de “cafrería” que había en la revuelta de Morelos. Andrés Molina Enríquez reconoció en 1920 que Zapata tenía “un quince por ciento de sangre negra”, lo cual lo convertía en un “mestizo triple”, dice Womack, un supermestizo.

Nada quedó de aquellos linajes de la cafrería en la fabricación del estereotipo mestizo que José Vasconcelos consagró en La raza cósmica.

Desde entonces, sigue Womack, durante décadas, ni los intelectuales mexicanos ni los extranjeros se preguntaron por alguna significación específica de los mulatos para la historia o la sociología mexicanas. La papilla  cripto-positivista en que convirtieron (y siguen convirtiendo) el mestizaje, es una estrecha y simplista ficción genética. Fue y sigue siendo un error crítico acerca de México entre 1820 y 1960.

La “papilla” de la buena conciencia mestizófila ha echado a los negros de la ecuación. Y con ellos ha echado un velo sobre la experiencia histórica de la esclavitud en las capas profundas de la identidad mexicana, tan ostensiblemente marcada por una hipócrita pero sustantiva discriminación racial.

La vertiente afro de nuestra historia aparece ahora en la visión de Womack como indispensable para entender la rebelión agraria de Morelos, uno de los pilares de la memoria histórica de México.

Lo que esta restitución sugiere es que, no solo en el zapatismo, sino en la historia toda de México, la idea de mestizaje debe ser sometida a una cabal revisión que incluya la poderosa vertiente negra de nuestra historia, a la vez visible e invisibilizada en todas partes.

El aleph racial de Morelos es en muchos sentidos el de todo México.

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