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Hace unas semanas dijo que estaba pensando en un muro fronterizo construido con paneles solares para que se pague solo y nuestro país no desembolse tanto.

México es hoy para Donald Trump el mal menor dentro de la canasta de villanos con la que llegó a la Casa Blanca.

Se ha encargado de abrir tantos frentes tan onerosos que bien podría encontrar en sus dos vecinos de América del Norte un par de aliados y no dos países alevosos.

La carga interna de Trump pasa por una comisión legislativa que le investiga, mientras que en el exterior tiene frentes abiertos del tamaño de la amenaza que implica Corea del Norte.

Hay que notar cómo en las últimas semanas se ha suavizado notablemente el discurso antimexicano de Donald Trump.

Es necesario recopilar de toda la verborrea presidencial esos indicios que nos hablan de un Trump menos agresivo, todavía lejos de la moderación, que suena con un tono menos beligerante.

Sin dejar de percibir un posible ejercicio de autocontrol del propio inquilino de la Casa Blanca, no hay que desestimar el trabajo que ha llevado a cabo la Cancillería mexicana para incidir en este cambio de tono.

Estamos ocupados regateándole al secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, su papel en la Organización de los Estados Americanos y la manera con la cual logró posicionar las graves violaciones de los derechos humanos y democráticos en Venezuela y no vemos que ya hay cosechas en América del Norte.

Venezuela es hoy tema mundial gracias en buena medida al activismo del canciller Videgaray. Eso es muy bueno para influir en la caída del régimen autoritario de Nicolás Maduro. Pero al mismo tiempo, en una carambola de tres bandas, logró que un personaje tan cercano a 
Andrés Manuel López Obrador y coordinador de facto del partido Morena en el Senado, como Manuel Bartlett, se desnudara como fiel apoyador del régimen autoritario de Maduro en Venezuela.

Pero por lo que hace a Estados Unidos, tome nota de algunos de los discursos recientes de Donald Trump.

Por ejemplo, hace poco dijo en una entrevista en la televisión que durante una reunión con el National Hispanic Advisory Council prometió a ese consejo asesor de la comunidad latina que podría suavizar algunas de sus políticas migratorias porque, dijo, no pretende dañar a la gente.

Hace un par de días, en una gira por Iowa, indicó que estaba pensando en un muro fronterizo construido con paneles solares para que se pague solo y México no tenga que desembolsar tanto.

No renuncia a la construcción de la pared, pero ya pasó de la gran, gran muralla que pagarán los mexicanos a paneles solares que se pagan solos y que de paso dividen la frontera. Podría a este paso proponer un muro de rosas rojas para alegrar los dos lados de la frontera.

Y ahora el que parece más urgido de que inicie ya la renegociación del Tratado de Libre Comercio y se pueda conseguir un buen resultado es el propio gobierno de Estados Unidos. Tanto que hoy son los mexicanos los que se ponen sus moños sobre cuándo empezar las pláticas que todos sabemos le urgen al gobierno de Peña Nieto en esta parte final de su administración.

Nunca esperemos a un Donald Trump suave, tolerante y reflexivo. Pero esperemos que la parte más sensata de su equipo se imponga al menos en lo que tiene que ver con la relación con México.

Es tan difícil como hacerle entender que una relación positiva a todos nos conviene.