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Como es sabido por el mundo, tan pronto ascendió a la presidencia de Estados Unidos, el magnate Donald Trump, como lo prometió en su campaña por así convenir a los intereses económicos de su país, rompió la relación que éste tenía con el Acuerdo de París sobre el cambio climático, que su antecesor Barack Obama había firmado.

Con un pensamiento que lo sitúa en la edad de las cavernas y una soberbia que le impide aprender lo que las instituciones mundiales han descubierto sobre la realidad del calentamiento global y los males que ocasiona y ocasionará en la economía, en el desarrollo social y en la salud mundial, Trump afirmó que el precitado calentamiento global es un fraude, una invención de los chinos. Inclusive, sin saber si fue obligado por el mandatario o como una opinión de su propia iniciativa, el director de la Agencia del Medio Ambiente de Estados Unidos ha asegurado que el cambio climático no existe.

El gobierno del magnate, cuya ignorancia es directamente proporcional a su arrogancia, suprimió la defensa ecológica a terrenos federales y a las costas norteamericanas y rubricó resoluciones que incrementaron los permisos para realizar exploraciones petroleras y la apertura de minas en el territorio norteamericano. Además, el hombre anaranjado que maneja la política con criterio empresarial, suscribió un acuerdo en Utah, a través del cual habilitó cerca de un millón de hectáreas de terrenos federales protegidos para que con ellos se realicen negocios privados.

Una de las acciones convenientes surgida de la Convención de la ONU sobre el Cambio Climático (CCC) es aquella que dice: Para contrarrestar el cambio climático “necesitamos gobiernos que actúen como bomberos y no como pirómanos”. Análisis científicos, constatados por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), una entidad creada en 1988 y abierta a todos los Miembros de las Naciones Unidas y de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), indican que el 95% del cambio climático lo genera el ser humano. Y que los países con mayor contaminación en el mundo son China 30%, Estados Unidos 15%, India 7%, Rusia 5% y Japón 4%, es decir el 61 por ciento de la contaminación mundial la producen cinco países; entre ellos la nación, cuyo gobernante pirómano, niega la existencia del cambio climático, todo para ahorrarse los 44,000 millones de dólares que Estados Unidos se comprometió a gastar en energías renovables cuando se adhirió al Acuerdo de París.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en los últimos 50 años el uso de combustibles fósiles, ha liberado cantidades de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero que han afectado el clima mundial al grado de que hoy sufrimos 30% más de calor que en los tiempos de la Revolución Industrial. En la última década del siglo XX, los desastres naturales relacionados con las condiciones meteorológicas produjeron. aproximadamente, 600 mil muertes en el mundo; el 95% de ellas en países pobres. Las variaciones meteorológicas intensas, a corto plazo, pueden afectar la salud, causando estrés térmico o un frío extremo (hipotermia) y provocar el aumento de la mortalidad por enfermedades cardiacas y respiratorias. El aumento de la temperatura global modifica los niveles y la distribución estacional de partículas aéreas –por ejemplo, el polen- y pueden provocar asma. La elevación del nivel del mar, a consecuencia del calentamiento global, aumenta el riesgo de inundación en las costas donde vive más de la mitad de la población mundial. La escasez de agua y su mala calidad afecta ya a un 40% de la población del mundo lo que puede ocasionar contraer enfermedades diarreicas, causa de muerte de 2.2 millones de personas cada año, y de tracoma, una infección ocular que puede producir ceguera. Las condiciones climáticas, la escasez y mala condición del agua, influyen en la proliferación de enfermedades como el paludismo y la diarrea. Se prevé que el aumento de la temperatura del planeta, así como la variabilidad pluvial reduzca las cosechas en muchas regiones donde la seguridad alimentaria ya es un problema. El fomento al uso de transporte público y de los medios de desplazamiento activos, por ejemplo la caminata y la bicicleta, como alternativa a los vehículos privados, puede reducir las emisiones de dióxido de carbono y mejorar la salud pública.

Donald Trump es un hombre de empresa que no conoce la política. No tiene un pelo de estadista. Él sólo entiende de las negociaciones a su favor por medio de la coacción. Con su manera de actuar en el tema que esta columna trato hoy, el rubio pelos de muñeca antigua, se me figura que imita lo que, según la creencia popular, hacen las avestruces: esconder su cara debajo de la arena para no ver lo que las rodea, lo que las molesta. O bien, como dice la sabiduría popular mexicana a través de una frase coloquial: Se hace como el tío Lolo, pendejo solo.

Ahora bien, ¿qué tal si, de repente, como por arte de magia el señor Trump empieza a creer en la existencia del cambio climático y encarga México, su detención para que no se interne a su país, con la amenaza de subir los aranceles?

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Mi padre me dijo: El día que comprendas por qué las pizzas se hacen redondas, se transportan en cajas cuadradas y se comen en triángulos; entonces tendrás la inteligencia necesaria para comprender a las mujeres.