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Hay recuerdos que se borran con el tiempo y otros que permanecen indelebles en la memoria.

Hace 25 años muchos mexicanos registraron la imagen de una mujer frágil y fuerte a la vez; esbelta y enferma que enfrentaba un gran dolor en el cuerpo y en el alma.

Sola, con un niño y una beba, sufría la pérdida irreparable de su esposo, lo habían asesinado. Ella era Diana Laura Riojas de Colosio.

El año 1994 fue, diríamos, de quiebre en la vida de México. Habían asesinado al candidato del PRI a la Presidencia de la República, Luis Donaldo Colosio Murrieta, el hombre que había dejado huérfanos a su esposa e hijos.

Su muerte sacudió no solo la vida de su familia sino la de la sociedad mexicana en general.

Este suceso de gran impacto sociopolítico vino a resaltar la personalidad del hombre que aspiraba gobernar a México y dejó un tanto de lado la presencia e importancia de aquel ser de vida breve y trágica, Diana Laura Riojas de Colosio.

Esa mujer de figura exquisita encerraba una personalidad fuerte, una voluntad de hierro y un amor inconmensurable por sus quereres. Había gritado una y mil veces la noche del 23 de marzo, tras el asesinato de Luis Donaldo: “Y ahora ¿qué le voy a decir a mí hijo?” Se refería a cómo iba a explicar a su pequeño de nueve años que habían matado a su padre. “Esto no era así, yo me iba a ir primero”, me decía en medio del llanto.

La cercanía con Diana Laura me dejó algunas frases que siempre llevo conmigo;

“Ser fuerte ante el dolor; sobreponerse a la adversidad, al odio y al miedo”.
Ella había quedado huérfana a los ocho años.

Su natal Nueva Rosita, Coahuila, había quedado atrás, como también la ciudad de Saltillo para trasladarse con su mamá y hermanos a Monterrey, Nuevo León. Ella se decía “regia”, porque ahí había sentado raíces.

Era una mujer que amaba la vida. Le sonreía a la vida con su carácter siempre alegre y vivaz. Gustaba de relacionarse con toda la gente; cálida y solidaria, de convicciones sólidas, siempre dejaba a su paso un buen recuerdo en las personas que la trataban.

Su carácter fuerte y a la vez juguetón le permitía adaptarse a cualquier circunstancia. Desde su infancia y adolescencia sembró amigos, muchos amigos.

Se graduó de licenciada en Economía por la Universidad Anáhuac en Ciudad de México. Ahí tuvo como maestro a quien más tarde fuera su marido, Luis Donaldo Colosio Murrieta, con quien casó en 1985 en el estado de Jalisco.

Tuvieron su primer hijo, que lleva el nombre de su padre. Hoy de 34 años, abogado y político, casado, con dos hijos.

Cinco años después de la boda, en 1990, a Diana le diagnosticaron cáncer de páncreas y, a pesar de este terrible padecimiento, poseía una fortaleza extraordinaria

Aún con la salud quebrantada, apoyaba con intensidad la campaña política de su esposo. Al poco tiempo quedó embarazada; pudo haber abordado, dada su condición de riesgo, pero decidió que naciera Mariana, hoy casada y con una bebé, y así fue.

¡Siempre le apostó a la vida!

Valiente, se aferró al amor. Decía que los hombres de su vida eran su esposo y su hijo.

Diana Laura poseía un gran sentido del humor.

“Su estilo era la elegancia; y la superficialidad, su temor”, así le comentaba ella a su consejero espiritual, el padre John Walsh LC .

Con esa enorme fortaleza interna que tenía pronunció un discurso ante el féretro de su esposo en el cementerio de Magdalena de Kino el 25 de marzo de 1994, en el que deja testimonio del ideario político del candidato asesinado. Y retumbaban sus palabras, aunque con voz quebrada: “las balas del odio, el rencor y la cobardía le quitaron la vida a Luis Donaldo “.

Me decía: “mi venganza es la paz y el perdón”.

Recuerdo que en el avión en el que viajábamos de Tijuana a la Ciudad de México con los restos de Luis Donaldo, Diana le pidió al padre Walsh –que había viajado en la madrugada a Tijuana para acompañarla– que rezáramos el rosario. Y aquí cito textual las intenciones que decía ella en cada misterio:

– Por todas las mujeres del mundo; por todas las esposas de México; por todas las madres que sufren y por los que me han quitado a mi esposo.

Era muy católica y pedía al padre Walsh le diera la comunión todos los días desde que ingresó al hospital ya en su etapa terminal.

Meses antes, ella había asumido el final de su vida. Decidió entonces dejar de tomar medicinas.

La madrugada del 18 de noviembre de 1994, ocho meses después de la muerte de Luis Donaldo, cayó en coma durante una hora y al despertar, brotó su carácter alegre. Llamó a uno por uno a sus seres queridos que le habían servido y cuidado con tanto amor y dedicación; los abrazó, los besó y los bendijo.

Murió a las 8 de la mañana del 18 de noviembre de 1994, luego de escuchar su oración favorita: el Ave María.

Me comentaba el padre Walsh hace unos días: “Diana murió no como víctima del dolor sino como reina del dolor”.

Diana Laura fue una mujer con los pies en la tierra, pero con el corazón en el cielo.

¡Un personaje olvidado!

¡Descanse en Paz!

¡Digamos la Verdad!