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El origen de los Juegos Olímpicos está colmado de mitos, uno de ellos cuenta la historia de los hermanos Dáctilos; Heracles (pulgar), Peoneo (índice), Epimedes (corazón), Yasión (anular) e Idas (meñique), quienes habrían sido encargados por la diosa Rea para cuidar al joven Zeus: lo entretuvieron disputando una carrera. El ganador fue laureado con una rama de olivo.

Por razones turbias, el rey Enómao obligaba a todos los pretendientes de su hija a competir con él en una carrera de carros —Enómao contaba con unos caballos sobrenaturales. Pélope, montando unos jamelgos alados ganó a la princesa y fue el primer campeón olímpico—. 

Ífito consultó a una profetisa y le auguró que al organizar juegos en honor a Zeus su territorio se salvaría de seguras fatalidades. Pactó una tregua con sus enemigos de Pisa y Esparta y garantizó la seguridad de los participantes durante su viaje a Olimpia. 

En las primeras justas olímpicas se competía en carrera corta y larga, lucha, pugilato, pancracio, carrera armada, de carros y de caballos encasillados, y pentatlón (carrera de estadio, salto de longitud, lanzamiento de disco, jabalina y lucha). Los días previos a los juegos eran anunciados por los espondóforos quienes llevaban las noticias por toda

Grecia y daban a conocer el inicio de la tregua sagrada por la proximidad del evento: la seguridad de los deportistas y del público estaba garantizada tanto en los juegos como en el viaje de llegada a la sede. Varias de las odas e himnos olímpicos se las debemos a Píndaro, músico y poeta nacido en Tebas 518 años antes de Cristo.

En las competencias olímpicas clásicas se rendía culto y se celebraba el equilibrio de la mente y del cuerpo. Para Platón la figura por sí misma no conseguía que el alma fuese buena pero un buen espíritu sí conseguía la perfección del cuerpo, lo miraba como una arena de lucha y supervivencia: la belleza humana como autocontrol del espíritu. Para Aristóletes las principales formas de la belleza eran el orden, la simetría y la precisión.

Los Juegos Olímpicos modernos se los debemos al barón de Coubertin. En 1896, en Atenas, se celebró la primera justa y su misión fue la paz, la democracia y la solidaridad a través de una festividad pacífica e intercultural. La llama olímpica se encendió con los rayos del sol en el altar de Hera en Olimpia. Los primeros juegos en los que se permitió participar a las mujeres fueron en 1900 y la primera en ganar una medalla fue la tenista inglesa Charlotte Cooper. 

El cine se ha sumado a la euforia olímpica; las películas Carros de fuego de Hugh Hudson y Foxcatcher de Bennet Miller, así como los documentales Olimpiada de Leni Riefenstahl y Maratón de Carlos Saura, son opciones para encandilarnos con los días por venir. 

En la Olimpiada celebramos la salud y el equilibrio de cuerpos y mentes entrenados. Anhelamos poseer su belleza y aquí suscribo a Aristóteles: “Lo deseamos porque nos parece bello antes de que nos parezca bello porque lo deseamos”.