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La estela de popularidad plebeya que va dejando tras de sí El Chapo Guzmán tiene algo común con la de otros bandidos célebres de la historia, a los que Eric Hobsbawn inmortalizó como prototipos en un libro notable. Rebeldes primitivos.

Conforme va fraguando, la leyenda disimula o borra la parte violenta y homicida de la ecuación. Sucede con El Chapo.

Nadie recuerda en el rastro de su fuga escandalosa el escandaloso rastro de sangre que lo llevó a prisión. Pero las cuentas de sangre de El Chapo son altas, quizá las más altas de la historia criminal de México.

El Chapo empezó a pelearse a muerte con sus competidores desde los años 80, en que la captura de Miguel Ángel Félix Gallardo fracturó el monopolio del narcotráfico en México y desató la guerra entre sus tribus.

Tratando de matar a El Chapo en el aeropuerto de Guadalajara, sicarios a sueldo de los Arellano Félix dieron muerte al cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, en 1993, una de las bajas más absurdas de la absurda guerra contra las drogas que México libra desde hace 40 años.

En 2006, al terminar el gobierno de Vicente Fox, las guerras de las tribus del narco contra la banda de El Chapo, ya entonces el potente cártel de Sinaloa, había dado lugar a 6 mil asesinatos.

La primera intervención militar en forma en una ciudad ensangrentada por las guerras del narco fue en el año 2005, en Nuevo Laredo, para contener la degollina de mil muertos que ese año habían dejado en la plaza los sicarios enemigos de El Chapo y Los Zetas.

A partir de 2008 y hasta 2010, las guerras del cártel de Sinaloa con sus competidores dieron cuenta de 67 por ciento del total de las muertes violentas del país, unos 45 mil homicidios.

La fuga de El Chapo divierte a la República, pero sus cuentas no dan risa.

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Datos en Guillermo Valdés Historia del narcotráfico en México, Ed Aguilar, 2013 y Héctor de Mauleón: “Atentamente, El Chapo”, consultable en nexos.com

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