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Para Lilia, constituyente

La Ciudad de México se ha puesto en marcha para escribir su Constitución. Por lo que leo y oigo al respecto, hay en los participantes un genuino entusiasmo, un aire fundacional.

Tanto, que por momentos parecen estar hablando de la Constitución de un nuevo país, no de la de una nueva entidad de la Federación.

Naturalmente que la Constitución de la Ciudad de México tiene que reflejar el espíritu de esta ciudad, la más rica y liberal de la República.

Pero sería un error tratar de ir ostensiblemente, incluso contradictoriamente, más allá de lo que marca la Constitución general de la República.

La tentación mayor a este respecto puede ser prodigarse en materia de garantías y derechos locales, convirtiendo el nuevo código en el más garantista y avanzado que pueda imaginarse, sí, pero también en el menos cumplible y el más caro fiscalmente.

Al expresidente español Felipe González le gusta citar el pasaje donde el Quijote dice a Sancho que las leyes deben ser “pocas, pragmáticas y que se cumplan”.

Garantías y derechos aparte, creo que un hito fundacional del nuevo código podría ser el de su extensión.

Me han preguntado qué recomendaría a los nuevos constituyentes y mi respuesta ha sido que hagan una Constitución de 5 mil palabras.

La concisión traerá claridad, profundidad y pertinencia, cortando de inicio la viciosa pretensión de que en el código no falte nada, en particular detalles y especificaciones claves que corresponden a las leyes secundarias.

El segundo aspecto en que la Constitución de la Ciudad de México podría ser un antes y un después es en renunciar a las tentaciones y las fantasías del “derecho aspiracional”, típico de nuestro espíritu constitucionalista.

El derecho aspiracional consiste en volver norma lo que se sabe que es imposible garantizar, pero se plantea como un desiderátum, como una meta a perseguir, como un proyecto deseable para el futuro, no como una garantía exigible hoy.

Una escritura estricta y un espíritu pragmático podrían darle a la Constitución de la Ciudad de México la condición fundacional que se busca para ella: la de un constitucionalismo legible, preciso, que ordene, proteja, exija y gobierne.

Una Constitución quijotesca: breve, realista, y que se cumpla.

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