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Terminaron las precampañas de los aspirantes presidenciales. Nada parece haber cambiado desde que empezaron, pero nada de lo que no ha cambiado es igual.

El consenso sobre las tendencias del voto es que López Obrador está arriba con una ventaja clara, le sigue Anaya con alguna ventaja sobre Meade, que aparece normalmente en tercer lugar, más cerca o más lejos de Anaya, según la encuesta.

Me parece que ninguno de los abanderados está cómodo o seguro con su lugar en la contienda. López Obrador tiene más dudas sobre su ventaja de lo que dice. Anaya está menos cierto de su ventaja sobre Meade de lo que proclama. Y Meade está menos confiado en sus posibilidades de alcanzar a Anaya, de lo que está obligado a decir. A los tres les falta la gran prueba del ácido de nuestra democracia fragmentadora: el momento en que las dirigencias de los partidos escogen a sus candidatos. Ese es el momento de las inconformidades y la pasión. El momento en que luchan cuerpo a cuerpo las lealtades y los intereses.

Me atrevo a pensar que el peso relativo de las candidaturas presidenciales cambiará significativamente dependiendo de cómo negocien sus partidos el reparto de las candidaturas locales de la elección de 2018, la más grande de nuestra historia. Estarán en juego y se definirán candidaturas para más de 3 mil 500 puestos de elección popular: todos los poderes federales, nueve gubernaturas y sus congresos, todas las presidencias municipales, y todos los puestos de elección popular de Ciudad de México.

López Obrador piensa que arrastrará con su liderato el voto local. El Frente espera que el voto local fortalezca a su candidato a la Presidencia. El PRI espera que su aparato le dé un piso regional sustantivo a su candidato y éste gane en otros partidos y en los indecisos, lo que necesita para triunfar.

Para mí, una gran incógnita de 2018 es cómo serán las elecciones locales: cuántos de los votos de esas elecciones serán atraídos por los aspirantes presidenciales y cuántos abanderados presidenciales serán elevados por la elección local.

El triunfador presidencial será quien obtenga la fórmula intermedia: que consiga votos por sí mismo y le consigan votos desde la elección local.

El arrastre de los aspirantes locales será esta vez tan importante como el arrastre del abanderado presidencial.

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