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Independientemente de la interpretación que se haga de la situación presente, ya sabemos lo que viene. Incluso en la predicción muy conservadora de la autoridad expuesta por el subsecretario Hugo López-Gatell ante el Senado, la situación se anticipa muy complicada y su duración, de al menos tres meses. Lo que acontece en Italia, España, Estados Unidos y otros países muestra no un cuadro apocalíptico, pero sí desastroso. El mundo será distinto después de la pesadilla.

Desde ahora la economía revela una crisis profunda sin precedente. La sociedad civil ha dimensionado adecuadamente lo que puede suceder si no se toman desde ahora medidas preventivas, particularmente las de distanciamiento social. Si se actúa responsablemente, no va a impedir que el mal llegue a muchas personas, pero logrará que el brote sea moderado y no un disparo que ponga en jaque la respuesta hospitalaria, como está sucediendo en los países que no actuaron con un sentido preventivo.

El enojo de poco sirve, el miedo exacerbado tampoco. Muy pronto llegará el momento en que las autoridades actúen de acuerdo con la magnitud de la amenaza ya hecha realidad en sus dos expresiones: la más importante, la salud pública y la crisis económica, más perniciosa en cuanto a su duración y efectos sociales.

La atención y respuesta institucionales no solo debe venir del gobierno federal, también de las autoridades locales y de las empresas y organizaciones sociales. Finalmente sesionó el Consejo de Salubridad General en los términos de la Constitución y, de acuerdo con la Ley General de Salud, será el que habrá de emitir determinaciones que, incluso, si la gravedad de la pandemia lo amerita, podrían llegar a la suspensión de garantías en parte del territorio nacional. Es un escenario inédito, para el cual hay que estar preparado por indeseable que sea e improbable que parezca.

Esta circunstancia hace conveniente que el Senado de la República pueda seguir sesionando, a pesar del riesgo para sus integrantes y trabajadores. Un escenario crítico vuelve más relevantes a las instituciones representativas, especialmente, al Congreso. Sesiones del pleno hacen difícil conciliarlas con distanciamiento social, pero las comisiones sí deben estar actuando, además de incursionar en modelos tecnológicos para trabajar a distancia, como lo están ya haciendo muchos mexicanos en estos momentos difíciles.

Los medios de comunicación concesionados juegan una parte fundamental. Su obligación primaria en una situación como la que se perfila es colaborar con la política de comunicación que dicte el Estado mexicano. Sus espacios de deliberación y de opinión pueden y es sano que deban continuar, pero la tarea informativa debe ajustarse a la atención que definan las autoridades nacionales, quienes deben tener siempre presente que la sociedad tiene derecho a información veraz y oportuna. Si se quiere, La radio y la televisión son instrumentos fundamentales para que las personas y las familias puedan actuar con acierto ante la emergencia.

La prensa es espacio de libertad. Soy de la opinión que debe continuar en su tarea deliberativa e informativa. La novedad en esta crisis son las redes sociales. Hoy más que en cualquier otro momento, se requiere capacidad de las personas para poder diferenciar entre la información y la opinión, los datos y las interpretaciones, las reacciones emocionales y las respuestas racionales, la información verificada y la manipulación. Las redes son poderosas y deben verse como arma de dos filos, que por igual da espacio a lo que es útil y hasta necesario, pero también a lo que confunde, polariza y engaña.

Se requiere tener visión de lo que viene. Infortunadamente todo indica que, por la vía de la salud pública y de la economía, el país va a ser profundamente herido; también es previsible que sea una caída cíclica, muy dolorosa, pero temporal. Por tal consideración, una actitud de altura de todos en la crisis permitirá abrir espacio no solo a la obligada e imprescindible resiliencia social, también a que la recuperación muestre lo mejor que tenemos como nación. La generosidad que todos acreditemos habrá de ser correspondida con un México más unido y con un sentido compartido de un mejor destino.

De ahí que sea momento de cerrar filas. Nada se gana con la ofensa que nace de la diferencia; al contrario, eso se vuelve provocación, complica el diálogo y vuelve imposible el entendimiento tan necesario para la etapa que seguirá después, la de la reconstrucción. Vivimos tiempos de indignación desde hace mucho, pero por la magnitud del desafío, reclama prudencia y claridad sobre lo que se debe hacer y decir y esto cuenta para todos. Dar curso al impulso enojoso nada positivo aporta, y propicia la polarización en el peor momento, cuando lo que se necesita es la confianza de unos con otros, de la sociedad con sus gobiernos y al revés también, de la actuación responsable de las instancias de mediación como son Congresos y medios de comunicación. Unirnos es lo mejor que podemos hacer por nosotros mismos; el país lo vale.