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El lunes, al terminar de redactar mi columna del martes, corría la noticia del anuncio que haría al día siguiente, ante representantes de los medios de comunicación, el presidente de la República. Como el país atraviesa por difíciles circunstancias económicas que han provocado un recorte de 124 mil 300 millones de pesos en el presupuesto, pensé que el tema a tratar por el licenciado Peña Nieto sería esencialmente financiero.

Con ese pensamiento rondando mi cabeza me acosté. Soy insomne, así que mientras daba vueltas en la cama esperando el sueño que no llegaba, imaginé -también soy ingenuo- que el presidente, para amainar la tormenta que azota la economía nacional, informaría de una serie de medidas para ahorrar dinero público. Algo parecido a lo que yo sugerí en mi columna que recién había escrito: Un recorte, de un mínimo del 30%, en los sueldos de todos los funcionarios del gobierno federal de director para arriba incluyendo, por supuesto, la importante figura presidencial; a la misma mutilación en sus ingresos serían sometidos los alcaldes, los gobernadores y los legisladores federales y estatales.

Al elenco precitado también se les haría un buen ajuste en las ayudantías y asesorías con el fin de que únicamente dispongan del personal estrictamente necesario para el cumplimiento de sus funciones, no para llevar a la señora de la casa al súper, ni para trasladar chamacos al colegio, ni para auxiliar segundos frentes o cuidar casas chicas.

Comencé a hundirme, no en el pantano que citó The Economist, sino en el mar del sueño, de donde súbitamente emergí. Es que encontré un área de ahorro: los teléfonos celulares que los susodichos, con honrosas excepciones como la del preciso -para precisar-, utilizan hasta para llamarle al compañero de trabajo o de bancada que está a unos metros de él. En este asunto se podría ahorrar un buen de dinero, pensé, si se sigue el modelo que impera en la Iniciativa Privada: se le dota a cada aparato de una cantidad crediticia mensual; si el usuario la rebasa en llamadas fútiles o personales, tendrá que adquirir, por su cuenta, el crédito necesario hasta que se cumpla el plazo para la nueva dotación.

Como el método de contar ovejas jamás me ha resultado efectivo para encontrar el sueño, sobre la marcha inventé, para disipar el insomnio, la fórmula de contar billetes de a mil, tratando de completar la cantidad de 69 millones 463 mil pesos que es la cantidad que los senadores y diputados, como escribí en mi artículo del martes, nos cuestan en seguros de gastos médicos. No llegué ni a los 110 mil, lo que cuesta asegurar a un solo legislador siempre y cuando tenga una vista perfecta, porque los desperfectos oftalmológicos también van por nuestra cuenta pero esos los pagamos aparte, cuando en lugar de sentir la placidez de la soñolencia sentí la intranquilidad que me dio el pensar en la alta suma de dinero -según mi presupuesto- que tendré que pagar este año de seguros de gastos médicos de mi familia (incluyendo una ex esposa que vieran qué durable me ha salido).

Como no cené, porque, según me dijeron, así te duermes rápido, sentí hambre. En la alacena encontré unas galletas que además de saciar medianamente mi apetito me recordaron lo que han gastado en sólo dos años los diputados de la LXII Legislatura en galletas, refrescos y agua: 6 millones 880 mil 827 pesos. ¡Carajo! Muchos no asisten y los que van sólo van a comer galletas y a beber refrescos y agua. ¡Pinches gorrones! Bueno lo del agua sí me lo explico porque con algo deben de ayudarse a pasar los sapos que se tragan sin hacer gestos.

Desperté con un panorama más realista. Lo que va a informar Peña Nieto, pensé, es que ya está en servicio el 911 prometido. Marque el número y, al parecer, esa línea telefónica va a tardar más en estar disponible que la Línea 12 del Metro.

Vino por fin el anuncio. El presidente restauró la Secretaría de la Función Pública, dependencia que a sugerencia de él, cuando era presidente electo, fue desaparecida por el Congreso como parte de la reforma de la Ley Orgánica de la Administración Pública. En su discurso manifestó sus deseo de que se apruebe el Sistema Nacional Anticorrupción, sin mencionar la Comisión Nacional Anticorrupción -el compromiso número uno de una lista de 266 firmados por el candidato Peña Nieto. (Te lo firmo y luego vemos).

Al frente de la resucitada Secretaría, que va a costar algunos millones de pesos al erario en bancarrota, puso a Virgilio Andrade Martínez, con la encomienda de “investigar” si en la adquisición de las casas de la señora Angélica Rivera -no es funcionaria gubernamental-, la del licenciado Enrique Peña y la del doctor Luis Videgaray “hubo o no conflicto de intereses”. (A lo cual el nuevo funcionario, imagino, respondió: “Lo que usted me ordene, señor presidente”).

Al terminar su mensaje el mandatario, con el micrófono abierto, le comentó a su vocero: “Ya se que no aplauden”. No hubo aplausos porque el Ejecutivo sólo anunció una posibilidad de la que está por verse su cumplimiento. Además, su público no era de acarreados sino de representantes de los medios de comunicación. Pero, ya verá el mandatario, cómo algunos de éstos sí le van a aplaudir en sus columnas y espacios de radio y televisión.