En ambos casos, los gobiernos fueron borrando poco a poco las líneas entre un gobierno democrático y uno que no lo es, todo ante los ojos del electorado. ¿Hasta cuándo se darán cuenta los mexicanos que la línea divisoria se está esfumando esfumado?
DIP. JORGE ROMERO HERRERA,
COORDINADOR BANACA DEL PAN;
DIP. RUBÉN MOREIRA,
COORDINADOR BANCADA DEL PRI,
CÁMARA DE DIPUTADOS:
+Con la democracia se come,
se cura y se educa.
Raúl Alfonsín
El golpe a uno de los pilares de la República se ha consumado a través de la Reforma al Poder Judicial. Por mucho que la ley reglamentaria pretenda suavizarlo, poca ganancia habría. Analistas, académicos y columnistas han alzado sus voces primero de alerta y ahora de agravio; vamos, hasta el expresidente Ernesto Zedillo salió de su autoimpuesto silencio.
Como ustedes saben, diputados Romero y Moreira, en apoyo al paro del personal del Poder Judicial salieron algunos estudiantes y ciudadanos, pero no los suficientes como para preocupar a los diputados y senadores a ponderar su voto.
Pese al desaseo nunca visto como con el cual se logró la aprobación de la RPJ, nada se movió en el país. Me hago cargo de la mala imagen que pueden tener los jueces, que no la Suprema Corte, cuando al referirnos al sistema de justicia son colocados en el mismo saco que los ministerios públicos y las fiscalías. Sí, es cierto, la justicia en México es deficitaria, tanto por la escasez de funcionarios dedicados a su procuración e impartición, como por la corrupción; también, hay que decirlo, por las amenazas que sufren. Pero la RPJ va más allá de dar un manotazo a los jueces; atenta contra la esencia de la República y la democracia.
Entonces, ¿por qué no protestamos?
Tratando de encontrar una explicación plausible, revisé la edición 2023 de Latinobarómetro, titulado La recesión democrática en América Latina. El título lo dice todo.
Aquí van algunos datos sobre nuestro país, señores diputados. La preferencia de la democracia sobre cualquier otro tipo de gobierno perdió ocho puntos desde 2020 para ubicarse en 35% y, lógicamente, la aceptación de un gobierno autoritario en ciertas circunstancias creció 11 puntos hasta alcanzar 33%. Ya de suyo estas cifras son preocupantes, pero lo es todavía más que 56% de los mexicanos aceptaría un gobierno no democrático si resuelve los problemas y que a un 28% les da lo mismo un régimen que otro.
Me atrevo a pensar que las cifras expuestas en líneas arriba podrían mejorar un poco en 2024, después de la gran distribución de dádivas a través de los programas sociales y la narrativa de la posverdad cuatroteista; no en balde MORENA ganó las elecciones en el Congreso junto con la Presidencia.
Volviendo al reporte de Latinobarómetro, causa desazón que el apoyo a la democracia aumenta conforme se avanza en edad y en educación; suena terrible que sea un asunto de interés mayormente para la tercera edad, aquellos que vivimos el inicio de la transición. Las cifras no mienten: en 1997 fue el año en que mayor satisfacción tuvieron los mexicanos con respecto a la democracia, cuando el INE vivía un período glorioso y el PRI perdió el Congreso.
Desde entonces y hasta 2019, nuestro sistema electoral evolucionó favorablemente, pero no así los partidos políticos; ríos de tinta se han vertido sobre su falta de representatividad de los intereses ciudadanos. De hecho, 62% de los mexicanos estima que los partidos no funcionan bien, ni tampoco que sean necesarios para el funcionamiento de la democracia. Me temo que si los partidos resultan inútiles para la mayoría de la población, pero tienen la llave de acceso al poder y a las decisiones, pues no es de extrañar el desencanto democrático.
Lamentablemente, hasta ahora la sociedad civil organizada no es lo suficientemente fuerte para erigirse en representante de alguna franja amplia de la población. El fenómeno de la Marea Rosa tuvo éxito en tanto el motivo de la protesta era la incorporación del INE al gobierno, pero no fue más allá; incluso cuando se vio colonizado el Instituto, no hubo quien saliera en su defensa.
Tal ánimo entre la población ha favorecido los personalismos en los gobiernos, lo mismo en México que en otros países hermanos de Latinoamérica. “La entrega de más poder a las personas en cargos de responsabilidad (junto con la corrupción), son algunos de los elementos más perversos que socavan la democracia”.
Lo curioso es que nos sorprendemos de los personalismos como el de Evo Morales, en Bolivia, o Nayib Bukele, en El Salvador, quienes han transgredido las normas democráticas porque las consideran indispensables para su país. Morales cambió al Poder Judicial, modificó la carta magna de Bolivia para reelegirse y la historia acabó muy mal. Bukele empezó con meter a la cárcel a todo aquel que pareciera miembro de Los Maras, para después reelegirse violando la Constitución; hasta ahora, todo le es favorable.
En ambos casos, los gobiernos fueron borrando poco a poco las líneas entre un gobierno democrático y uno que no lo es, todo ante los ojos del electorado. ¿Hasta cuándo se darán cuenta los mexicanos que la línea divisoria se está esfumando esfumado?
Como no veo que sus partidos estén haciendo algo al respecto, tengo la esperanza de que al final del día, los ciudadanos confirmarán que unos cuantos pesos en la bolsa no compensan el incumplimiento de las garantías sociales, como educación, seguridad, salud y empleo.
Con la colaboración de Upa Ruiz
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