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AL ELECTORADO:

 La democracia es el destino de

la humanidad; la libertad

su brazo indestructible.

Benito Juárez

                  Que México tenga un gobierno populista, no lo hace único en el mundo. Después de la ola democratizadora de fines del siglo XX, varias son las naciones que  han caído en la tentación, como es el caso de Venezuela, Hungría, India, Italia, Polonia, Rumanía, Israel y Polonia. Otros países supieron dar un giro a tiempo, como Brasil, Reino Unido y Estados Unidos.

Si pasa en otros países, ¿por qué debiera preocuparnos?

La enorme mayoría de los mexicanos compraron la idea de que la democracia iría permeando por sí sola todos los ámbitos de la vida política, social y económica; como si fuera una enredadera que necesita poco para extenderse. Los ciudadanos nunca asumimos lo advertido reiteradamente por múltiples analistas: que nuestra democracia era incipiente, que era débil y, por lo mismo su funcionamiento podría ser errático y defectuoso si no la vigilábamos de cerca.

Y muchos mexicanos no lo hicieron.

Sí se quejaron de que nuestra democracia no solucionara la desigual distribución de la riqueza, ni la eficiencia y calidad de los servicios públicos básicos, mucho menos la honestidad de los políticos y la representación de los intereses ciudadanos desde los partidos. Pero poco o nada hicieron al respecto.

Y aquí estamos hoy, viendo el sombrío amanecer de otro régimen político.

Esto no empezó esta semana y no estoy subestimando el voto en el Senado aprobando la Reforma al Poder Judicial gracias a tres traidores y un desaparecido; tampoco disminuyo el dudoso proceder de un INE y un Tribunal Electoral colonizados para otorgar la sobre representación al partido en el poder.

Esto inició cuando acríticamente un buen número de mexicanos dio por buenas las promesas simplistas de un líder mesiánico. Prefirieron creer en que la buena voluntad de un solo hombre nos llevaría al paraíso y, en vez de exigir más que a los anteriores gobiernos, no les importó que en la tarea de gobernar se brincara todas las trancas, pues para eso compró su voluntad en módicas cuotas bimestrales. Aún más, cuando el líder no ha cumplido sus promesas, se le siguen aplaudiendo por sus buenas intenciones.

Los estudiosos de la democracia definen que ésta es posible cuando en un país se dan nueve condiciones; no me detendré en abordar todas ellas, solo las que la 4T ha vulnerado persistentemente y que nos afecta a todos, hasta a los seguidores más devotos del lopezobradorismo.

Seguimos contando libertad de asociación, pero cuando surgen movimientos como la Marea Rosa u organizaciones de la sociedad civil del tipo watchdog, el vituperio no se deja esperar. También contamos con libertad de expresión; no obstante, la descalificación y las amenazas a los medios de comunicación y algunos periodistas ha sido una constante. Todavía contamos con fuentes alternativas de información, pero nunca como hoy prevalece la posverdad.

Hay dos atributos de la democracia que sí están en jaque, hoy más que nunca. Me refiero a “que las autoridades no vean interrumpidos sus mandatos antes de los plazos legalmente establecidos, excepto en aquellos casos previstos en la constitución, como muerte, renuncia o responsabilidad jurídica” (O’Donnell, 1996). Tal principio es el que AMLO y MORENA han roto al obligar a los jueces, magistrados y ministros a renunciar en los próximos meses merced a la Reforma al Poder Judicial.

El último de los nueve atributos de la democracia exige “que las autoridades electas no estén sujetas a restricciones severas o vetos, ni sean excluidas de ciertos ámbitos de decisión por actores no electos, en especial, aunque no exclusivamente, las fuerzas armadas”. Cuando los nuevos jueces sean electos, tendrán a un Tribunal Disciplinario vigilando cada una de sus sentencias que, si no se apegan al “interés público” definido por la 4T, podrían ser sancionados, suspendidos e, incluso, procesados penalmente.

La demolición del Poder Judicial es solo el fin del primer capítulo de la erosión a nuestra democracia, pues ésta no acabará con la salida de López Obrador de Palacio Nacional. La “transformación” del Poder Judicial será un proceso con consecuencias de larga duración, sin margen de maniobra para que la doctora Claudia Sheinbaum lo atempere, si es que le importara hacerlo.

López Obrador ha arremetido contra la legalidad constitucional del Estado y con ello pavimenta la ruta de la autocratización; nadie en su sano juicio cree que se irá a descansar a su finca, ni que no observará cada uno de los movimientos de la presidenta Sheinbaum a fin de que no se desvíe ni un ápice de la ruta marcada. Y si lo hiciera, ahí estará su hijo Andrés López Beltrán para, desde el partido, organizar las presiones políticas que sean necesarias. Y, como expuse ayer, hasta regresar a la Presidencia.

Sin contrapesos, sin límites al poder lopezobradorista, sin ética pública, sin transparencia ni rendición de cuentas, sin escuchar a los otros, nuestra democracia se ha vaciado de contenido.

Hace 18 años y una semana, don Andrés nos la cantó: “¡Al diablo con sus instituciones!”

Hoy nos lo ha cumplido.

¿Nos vamos a quedar cruzados de brazos?

Con la colaboración de Upa Ruiz

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