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El jueves reciente, víspera del cuarto año de su triunfo electoral, el presidente López Obrador caminaba cabizbajo hacia el atril del salón Tesorería para ofrecer su mañanera cuando alguien le gritó “¡Ánimo…!”.

Replicó con una desconcertante frase: “¡Ánimo, que lo mejor es lo peor que se va a poner esto…!”. Y se carcajeó. Si fue chiste, nadie lo entendió. No es la primera vez que dice algo como eso, tan negativo: También fue jueves el 2 de abril de 2020 cuando, para darles “confianza y seguridad” a sus gobernados, expresó que la pandemia no era más que “una situación pasajera; una crisis transitoria de salud pública.

Esto significa que vamos a salir pronto, que no es una debacle; que son mucho más nuestras fortalezas que nuestras debilidades o flaquezas. Es mucho pueblo y es mucha cultura la del pueblo de México como para no poder enfrentar esta adversidad”. Por eso, cuando la Secretaría federal de Salud contabilizaba entonces únicamente 29 personas fallecidas a causa de la peste, afirmó: “Vamos a salir fortalecidos; o sea que nos vino esto como anillo al dedo para afianzar el propósito de la transformación…”.

600 mil muertos después (con el exceso de mortandad, la Organización Mundial de la Salud estimó en mayo reciente 626 mil decesos por coronavirus en México: el doble de los reconocidos por el gobierno), ni duda cabe que la pandemia, lejos de quedarle “como anillo al dedo”, cayó como el aerolito que mató a los dinosaurios.

Las dos incomprensibles frases presidenciales parecen inspiradas en lo que León Trotsky esperaba: que se aceleraran las contradicciones para que el proletariado tomara conciencia, hiciera la revolución y tomara el poder. ¿Así abona AMLO la “revolución de las conciencias”? Si lo del anillo al dedo y lo mejor es lo peor que se va a poner esto tienen algún sustento trotskista o marxistoide, el desconcierto es mayor porque López Obrador encarna el poder de los poderes y se requiere ser idiota para pretender arrebatárselo.

Es cierto, sin embargo, que todos los días ha venido poniendo su granito de insidia para acelerar las contradicciones con insistentes mensajes de división entre los mexicanos, a quienes ve sin matices en dos bandos irreconciliables: el pueblo bueno y sabio y los reaccionarios y corruptos.

A cuatro años de su victoria en las urnas, lo único más consistente que ha logrado es el afianzamiento de la ojeriza entre sectores y familias a quienes no ha podido garantizar la seguridad (principal compromiso fundacional de los Estados) que prometió, despreciando a las clases medias que posibilitaron su ascenso a la Presidencia, descalificando a los médicos y a la comunidad científica; a las universidades públicas y en particular a la UNAM; a los padres de niños con cáncer; a los periodistas e intelectuales que lo critican; a los sacerdotes y directivos de planteles jesuitas, a todos los clérigos y machuchones de la Iglesia católica en México, a los pastores evangélicos y a la comunidad judía. ¿Eso es algo cercano a “lo mejor…”?