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Como en países que han dejado de aplicar el horario de verano, todo indica que México lo hará y su desaparición será perfilada este jueves por la Cámara de Diputados.

Latosa la monserga de adelantar y retrasar los relojes entre mayo y octubre (o inicios de noviembre), nunca fue del agrado de Andrés Manuel López Obrador quien en 2001, como jefe del gobierno capitalino, litigó y perdió en la Suprema Corte de Justicia el decreto con que lo implantó el presidente Vicente Fox porque, argumentaba, los mexicanos estamos acostumbrados a dormir con el cri cri de los grillos y a despertar con el canto del gallo, y la modalidad fue impuesta sin tomar en cuenta la opinión de la ciudadanía.

El horario de verano prosperó a fin de ahorrar energía, aprovechando la luz natural que destella en primavera (cuando la oscuridad es tardía, hasta entrado el otoño).

La medida conviene sobre todo en regiones donde pueden realizarse actividades humanas con la luz diurna, en especial durante el verano de los días más largos.

El cambio fue propuesto a principios del siglo XX por el constructor inglés William Willett (erróneamente la idea se le atribuye a Benjamin Franklin) y, para quemar menos carbón, se practicó en Europa durante la Primera Guerra Mundial.

Todo ahorro en materia energética se puede traducir en economizar miles de millones de pesos.

El horario de verano permite reducir el consumo de energía eléctrica y en casi todos los países desarrollados se utiliza para aprovechar la luz del sol y reducir la generada por los combustibles fósiles. Abundan estudios técnicos en que se estima que, gracias al horario de verano, México ahorra cuando menos un punto porcentual al año en su consumo de electricidad. Otros afirman que el ahorro es mayor pero, como sea supera en un sexenio seis por ciento del consumo, cifra equivalente al margen de reserva con el que debe operar (por lo bajo) el sistema eléctrico nacional.

Sería una lástima que el horario de verano se cancele por motivos políticos y no técnicos, pues habría que sopesar cuánto dinero público y cuánto tiempo requeriría el país para construir las centrales de generación eléctrica equivalentes al ahorro perdido. Además, en las ciudades fronterizas con Estados Unidos, se podría vivir el ridículo de perder o ganar una hora con el simple cruce de la línea o, peor, si se mantiene el horario de verano en la franja fronteriza homologándolo con las ciudades limítrofes, lo irónico será que localidades mexicanas de una misma entidad tuvieran distintos horarios.

Cierto es que los ajustes de relojes (en especial el humano) son molestos e invasivos, pero no hay en el mundo un mecanismo que permita ahorros multimillonarios sin tener que ejercer gastos adicionales en infraestructura eléctrica. Este jueves no faltarán diputados lacayunos que apliquen lo de: –¿Qué hora es? –La que usted ordene, señor Presidente.

Y resuelvan con la misma irresponsable y cachetona lógica de su “reloj legislativo…”.