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Salvo fallo en contrario de la Suprema Corte, la norcoreanización del Conacyt es “una paparruchada” (tontería o estupidez) para el doctor en Ciencias por la UNAM Antonio Lazcano Araujo, fundador del curso y laboratorio de Origen de la vida, especializado en biología evolutiva.

Investigador y analista de secuencias de genes y genomas, conoce hace 40 años y ha recibido en su casa a María Elena Álvarez-Buylla, la entusiasta promotora de la nueva ley, de quien resalta méritos como científica: “Tan productiva que el año pasado publicó seis ensayos de investigación, lo que es una proeza”, comentó ayer en radio con Joaquín López-Dóriga.

Este lunes resalté aquí la exclusión de las universidades públicas y privadas en el Checeti (en vez de Conacyt) y la inclusión de los militares en el nuevo engendro.

Al respecto dice:

“En muchos países latinoamericanos, las fuerzas armadas casi no hacen investigación. En México, algo en epidemiología (muy positivo su Plan DN-III), y se tiene buena relación con la Marina para estudios de los océanos, la flora y la fauna marinas, pero no es como los casos inglés, alemán o ruso, donde hay institutos militares de investigación cerrados a los civiles. Aquí hay que preguntarse: ¿por qué la doctora Álvarez-Buylla los incluyó en el Consejo Directivo? No creo que tengan un papel meramente decorativo. Su presencia es absolutamente ideológica. Lo que ella está haciendo es adherirse al proceso de militarización que se está llevando a cabo en el país. El mensaje es de militarización. Su presencia en el Consejo es injustificada, como también la exclusión de los centros de estudios superiores”.

Lo más grave de la ley, opina, implica “un cambio radical en la política científica nacional”. Las universidades son las que más investigación y docencia realizan en ciencia (incluidas las ciencias sociales y las humanidades).“Los amigos de la Ibero tienen una fama muy bien ganada en investigación de calidad en historia y salud pública, diabetes y contaminación, así como el Tecnológico de Monterrey u otras en investigación de frontera”.

El organismo que suple al Conacyt responde a “una visión muy estrecha, muy limitada, amparada en el humanismo mexicano (‘parece novela de Ibargüengoitia’). Se incorporan supuestamente las humanidades, lo que ya ocurría, y se tiene una estructura vertical, jerarquizada, con un proyecto de ciencia de Estado extraordinariamente ideologizado. Me gusta mucho la historia y la historia de la ciencia en particular, y a lo que conducen estas estructuras es a limitaciones de la libertad de investigación; a fracasos estrepitosos por no aprovechar el potencial, sobre todo de la gente joven, y a retrasos académicos e intelectuales brutales”.

Del propósito de “acabar con la ciencia neoliberal” que proclama la señora, Lazcano Araujo recuerda que en la extinta URSS Stalin quiso una “ciencia socialista” contra la “imperialista” que en realidad fue una misma.

Y es que “la ciencia se resiste a que perduren los apellidos que le pongan…”.