Aquella operación fue diseccionada, documentada y denunciada por el INE como una descarada compra de votos, pero fue unánime y lacayunamente perdonada por los magistrados del Tribunal Electoral del Poder Judicial
Desde 2004, cuando se conocieron los videos del entonces secretario de Finanzas del gobierno capitalino, Gustavo Ponce Meléndez, jugando en Las Vegas una fortuna mal habida, y del presidente de la Asamblea Legislativa, René Bejarano Martínez, empacando fajos de miles de dólares “donados” por el empresario Carlos Ahumada, los escándalos de corrupción en su entorno se han vuelto el mal fario de Andrés Manuel López Obrador.
Aunque los casos del Pemexgate y Amigos de Fox muy probablemente fueron más cuantiosos, lo sucedido con muchos de estos compañeros progres de viaje resulta más llamativo, porque cacarean ser “distintos” pero, por darse baños de pureza con agua sucia, demuestran ser peores.
En estos últimos años vienen conociéndose inmoralidades como las protagonizadas inclusive por la familia presidencial con los hermanos Pío y Martín, la prima Felipa y la suntuosa casa gris que habitaba su hijo José Ramón, aderezadas con grabaciones de llamadas telefónicas de legisladores y funcionarios cuatroteístas exigiendo sobornos por contrataciones de obra pública; fotografías con delincuentes y, en la semana que corre, las revelaciones en Televisa de dos altos achichincles de la lenguaraz gobernadora morenista de Campeche, Layda Sansores, y una conversa senadora desertora del PRI.
Los tres alzándose con montones de dinero del erario estatal, cuya periodicidad, monto y destino se desconoce.
Nada de lo anterior, sin embargo, compite en ilegalidad, turbiedad y cuantía con el tramposo fideicomiso de 2017 que Morena disfrazó de apoyo a víctimas del terremoto, en que participaron los machuchones del círculo inmediato a quien al año siguiente ganaría la elección presidencial (incluido su actual secretario particular).
Aquella operación fue diseccionada, documentada y denunciada por el INE como una descarada compra de votos, pero fue unánime y lacayunamente perdonada por los magistrados del Tribunal Electoral del Poder Judicial.
Del espectáculo reciente del circo campechano, los implicados arguyen lo mismo que sus correligionarios en los anteriores trastupijes: son víctimas de una “campaña” de los “adversarios corruptos” para demeritar los logros de la 4T. Es, dicen, mera “politiquería” con fines “electoreros”.
No me sorprende ya tanto saber de nuevos corruptos atrapados con las manos en los fajos, pero sí dos cosas:
a) su falsa coartada de que aquellas billetizas fueron repartidas entre necesitados, como arguyen el secretario de Educación estatal, Raúl Pozos, y el jefe de la oficina de Layda Sansores, Armando Toledo, ni como trata de justificarse la senadora Rocío Adriana Abreu, con que la mandaron a pagar “impuestos” (como si en Campeche no hubiera una Secretaría de Finanzas y cualquiera pudiera hacerlo en efectivo y no de manera electrónica), y b) sus miradas: en los videos (al alcance en internet) vale la pena reparar menos en los billetes y más en la canija forma como ven el botín.
Idéntica a la de un hambriento cuando tiene ante sí todo lo que podrá devorar…