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La figura de jueces sin rostro conlleva un riesgo tan delicado como el que apunta el ministro de la Suprema Corte Jorge Pardo Rebolledo, quien recordó que se está en pleno arranque del sistema oral acusatorio.

Con ello se busca no solo alcanzar la deseada justicia pronta y expedita, sino que haya contacto personal entre jueces y procesados.

Por lo mismo, ocultar a los juzgadores de casos tan lacerantes como los relativos a la delincuencia organizada se antoja un contrasentido, más corrosivo quizá que el antiguo régimen procesal.

El reportaje que hoy publica Rubén Mosso deja ver que el criterio de Pardo Rebolledo es el que priva entre quienes mejor conocen el Poder Judicial federal:

“Sería aceptar que vivimos un estado de excepción”, le dicen al reportero; denotaría que la de México es “una sociedad que no puede contenerse a sí misma”.

Optar por jueces sin rostro sería degradar a esos servidores públicos a la condición de los criminales que actúan desde el anonimato.

La siempre temeraria misión de jueces, magistrados y ministros, pues, como debe ser: de cara a la sociedad.

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