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El sistema de partidos de la democracia mexicana está cambiando de piel ante nuestros ojos. Nos quejamos todos los días de sus metamorfosis, como si añoráramos a la vieja serpiente.

Un asunto de continua sorpresa es el chapulineo, del que hablé ayer: políticos que se cambian de partido como se cambian de camisa.

Otra fuente de escándalo es la de las supuestas renuncias a convicciones ideológicas para cruzar de un campo a otro.

Las convicciones ideológicas no han sido nunca centrales en la política mexicana. Salvo por los muy pocos que han tenido y expresado ideas, las identidades ideológicas no tienen realidad tangible ni en la discusión dentro de los partidos ni en los debates dentro del Congreso ni en el ámbito de la opinión pública.

¿Hubo alguna vez partidos con ideologías claras en México? ¿Partidos que merecieran la etiqueta de izquierda, derecha o centro? ¿Partidos liberales, conservadores, socialdemócratas, socialcristianos? Creo que no. Ninguno que sostuviera con claridad su ideología. Quizá, en la izquierda grupuscular anterior a la democracia: comunistas, trotskistas, maoístas.

Fuera de esa prehistoria, la ideología y la identidad partidarias han sido sombras sin cuerpo en la democracia mexicana. La primera, la ideología, porque nunca existió realmente. La segunda, la identidad partidaria, porque la han desbaratado las necesidades políticas electorales.

Cuando un político dice hoy que tiene convicciones no puede explicar ni podemos saber de qué habla. Lo que tiene son creencias y compromisos. En el mejor de los casos, tiene causas, porque, en el mejor de los casos, ha dicho que cree en esto y en aquello. Puede, sin embargo, mudarse de trinchera partidaria y confiar en que nadie recordará demasiado aquello con lo que estaba comprometido.

La disolución de las identidades partidarias, favorecida por la competencia electoral, ha corroído el viejo sistema partidocrático, que nunca estuvo regido por compromisos con ideas, mucho menos con ideologías definidas. Lo nuestro, lo mexicano, ha sido el alineamiento político pragmático con lo que va sucediendo.

Y lo que está sucediendo, a resultas de este pragmatismo, es que nuestro sistema de partidos está en medio de un cambio mayúsculo que no sabemos ver porque lo vemos con lentes viejos.

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