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Los alegatos del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) sobre irregularidades de fondo en el proceso judicial del caso Ayotzinapa nos resultan familiares.

La posibilidad de que las capturas hayan sido hechas sin las debidas formalidades legales y las confesiones obtenidas bajo coacción apunta a una rutina tristemente célebre de la tradición policiaca mexicana.

La convicción del GIEI de que la pira humana de Cocula simplemente no pudo existir, implica que son falsas todas las declaraciones de los detenidos que hablan de esa pira.

De modo que los detenidos, muchos de los cuales presentaban huellas de violencia al momento de declarar, no solo habrían sido aprehendidos sin la debida observancia de sus derechos, sino que habrían sido inducidos a mentir y a autoinculparse.

A muchos, como digo, esta manera de proceder de las autoridades descrita por el GIEI nos resulta tristemente familiar.

Lo que a mí me sorprende, en una estricta lógica de defensa del debido proceso y de los derechos humanos, es que el GIEI no haya dado el paso de defender a los inculpados y plantear su liberación.

Los inculpados fueron detenidos e interrogados sin respetar su derecho al debido proceso. Algunos de ellos habrían sido golpeados y torturados antes de hacer sus declaraciones autoinculpatorias. Y todos los que hablaron de un incendio en el basurero de Cocula mintieron o fueron inducidos a mentir, porque el incendio, dice el GIEI, simplemente no existió.

Mi pregunta es ¿por qué el GIEI no ha actuado en consecuencia de su descripción de los hechos exigiendo la liberación de los detenidos y procesados bajo tantas irregularidades?

No se puede violar poco o mucho el debido proceso de un acusado. Se viola o no, y si se viola el agraviado debe ser puesto en libertad sin juzgar el fondo de su caso, por un simple criterio de legalidad procesal.

Me gustaría ver al GIEI definirse con claridad en la materia. Sus miembros parecen un poco contagiados de la especialidad mexicana de no hablar claro, ni asumir plenamente la consecuencia de los propios dichos. Colaboran así a la otra especialidad mexicana de no aclarar las cosas, sino flotar a gusto en la sospecha, la incredulidad, el juego de sombras.

No los trajeron para alimentar nuestras sospechas, sino para aclarar nuestras dudas.

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