Desde 1994 el país no tenía un principio de año tan malo como el de 2017. No había que ser profeta para pensar que el aumento traumático de los precios de la gasolina podía producir un motín. El 28 de diciembre pasado, luego de leer una nota sobre el galimatías administrativo y tarifario en que … Continued
Desde 1994 el país no tenía un principio de año tan malo como el de 2017. No había que ser profeta para pensar que el aumento traumático de los precios de la gasolina podía producir un motín.
El 28 de diciembre pasado, luego de leer una nota sobre el galimatías administrativo y tarifario en que venía montado el aumento, puse en mi cuenta de Twitter:
@aguilarcamin 28 dic. 2016 Sería bueno que las autoridades responsables del precio de las gasolinas explicaran lo que va a suceder. Porque si no, puede suceder un motín.
Puse también este otro:
@aguilarcamin 28 dic. 2016 El alza a los precios de las gasolinas sin una explicación cabal de la medida puede ser incendiaria.
Y uno más:
@aguilarcamin 28 dic. 2016 El esquema de 90 regiones distintas de precios para las gasolinas necesita por lo menos 90 explicaciones.
Para mí, la causa eficiente de los motines de enero es el silencio de la autoridad ante el problema, la falta de explicaciones oportunas, el juego de escapes y escondidillas frente a la opinión pública que ha marcado al gobierno del presidente Peña Nieto.
Nadie ha pagado tanto por estos silencios como el propio gobierno, persistente creador de vacíos de información —mezcla de miedo y desdén ante la opinión pública— en cuestiones centrales para México, y en momentos decisivos para su propia capacidad de gobernar.
No hay novedad en este silencio. Recomiendo al respecto la lectura de la edición de diciembre de 2015 de la revista Nexos: “El silencio de Los Pinos” (http://bit.ly/2g8349V).
Un gobierno incapaz de comunicarse con su sociedad está destinado a chocar con ella. Gobernar en una democracia es casi sinónimo de comunicar: informar, persuadir, educar.
Implica que los gobernantes se paren una y otra vez ante los ciudadanos para decirles lo que saben, lo que están haciendo y lo que van a hacer con los problemas que importan y afectan a los ciudadanos.
Tienen que correr el riesgo de mostrarse y hablar, estar expuestos a la opinión pública y a los reclamos de la ciudadanía. El gobierno que renuncia a la palabra en una democracia está renunciando a gobernar.