Elecciones 2024
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Había una vez un reino que no se parecía a los demás reinos porque en éstos los reyes duraban hasta que morían o abdicaran —lo que ocurriera primero. Se dio el caso de un monarca que mataba elefantes con un rifle de oro, que tuvo que abdicar; lo hizo a favor de un hijo, con lo cual el poder benefició a la misma estirpe. Otra característica que hacía que el reino del que hablo fuera disímil a los otros era que el soberano sólo duraba en el cargo seis años. La extraña y surrealista  región gobernada por un soberano sexenal era una ínsula que durante la época en el que sucede esta fábula se llamaba:  La Ínsula de la Cuarta Transformación.

Todas las mañanas, a hora temprana, Andrés Manuel Primero —llamado así porque primero él, luego él y por último él— se juntaba con los emisarios. Éstos eran los encargados de comunicar al pueblo los sucedidos regionales que el monarca quería marcar como importantes, fuera que ya hubieran sucedido o estuvieran por suceder.

Me olvidaba decir que el emperador también era pastor de almas y de cuerpos. Lo primero se debía a los consejos morales que el pastor, mesías de corbata o de guayabera, pregonaba —sermoneaba o catequizaba según el caso— para que los emisarios —mensajeros o heraldos— comunicaran a la grey. El segundo calificativo —pastor de cuerpos— venía al caso porque él sabía, y había muchos feligreses convencidos de ello, cómo conducir al rebaño. Lo que ni él mismo sabía, bien a bien, era hacia dónde lo conducía.

Otro asunto que no puedo dejar en el olvido es la forma como Andrés Manuel Primero llegó al trono. Juró setenta veces siete acabar con los espíritus malignos, a los que llamó La Mafia del Poder, que no eran otros que los lobos vestidos con piel de oveja que se habían enriquecido a costa de los borregos buenos y de las ovejas sabias. Sepulcros blanqueados, fariseos de cuello blanco, cuya corrupción e impunidad merecían que fueran reos del infierno. (De ellos se sabía que ofrecían las ovejas no al mejor pastor sino al mejor postor).

Sin embargo, algo extraño e inexplicable tiene, desde tiempo inmemorial, el trono de la ínsula que cuando el designado se sienta en él, una nube de amnesia invade sus entendederas de forma tal que olvida lo que prometió —o parte de ello— por lo que fue elegido. El monarca sujeto de esta narrativa no pudo ser la excepción. De toda la recua del poder, la misma que prometió acabar con ella, hasta el momento que abarca este relato, sólo tiene encerrada a una chiva expiatoria y a otra en prisión domiciliaria por su edad. Empero, quién sabe por dónde andan huyendo a galope tendido tres o cuatro machos cabríos a los que el mismo soberano o sus aparatos de seguridad y de justicia les avisaron que se había abierto la veda para cazar cabrones.

Llegó un día en el que los dispositivos de jurisprudencia, de protección y de policía con los que contaba el “relleno” (nombre popular dado al rey) fallaron, exhibiéndose ante la opinión pública como ineficientes, ya que por su falta de organización tuvieron que soltar a un maleante. Los hechos sucedieron en una región de la ínsula llamada Culiacán —toponimia que significa lugar donde no les gusta el pollo.

El rey que era muy avezado en materia de gobernanza sabía que para tapar un escándalo como el ocurrido en Culiacán había que inventar una “caja china”, es decir, un elemento distractor para cambiar el foco de atención. Aprovechando que durante el Halloween un militar se disfrazó de hombre lobo, Andrés Manuel Primero, a través de sus comunicadores prendió las alarmas al grito de: “Socorro, el lobo. Ahí viene el lobo. La transformación de la que soy soberano cuenta con el respaldo de la mayoría, amante de la legalidad y la paz,  para luchar contra el lobo conservador y sus halcones neoliberales”.

El grito no tuvo la repercusión que el monarca deseaba. El clamor, la queja, el lamento lo pronunció en sábado, día en que la borregada, la grey del pastor tabasqueño, acostumbra dedicar a ver espectáculos de todo tipo, principalmente los televisivos y futbolísticos y, sobre todo, a la ingesta de alcohol, lo que se llama la mexicana alegría, razón por la cual la alarma fue mínima.

Al lunes siguiente según se supo, el pueblo, la grey sabia, se tranquilizó al saber que el lobo por el cual su pastor había puesto el grito en el cielo era vegano.

El mejor amigo del perro

En la mañanera del pasado jueves el presidente López Obrador al hacer la crítica de algunos medios de comunicación por la cobertura del fallido operativo de captura y devolución de Ovidio Guzmán, dijo una frase, advirtió que muy fuerte, atribuida a Gustavo Madero: “Le muerden la mano a quien les quitó el bozal”.

Al día siguiente dijo que al retomar la frase de Gustavo Madero, su expresión fue para contextualizar lo que los medios servían al régimen porfirista: “No era para igualar a los periodistas con ningún animal… Además, les tengo hasta respeto a los animales, a los perros…”. (Sic acompañado de los aplausos de Firulais, Solovino, Nerón, Duque y Reina).