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Si alguna lección nos dejaron las consultas ciudadanas de Colombia y la Gran Bretaña, es que no existe rincón en el planeta en el que se pueda confiar en las encuestas.

Por lo tanto, hay que tomar con un grano de sal aquellas que desde ahora ya descuentan que la señora Hillary Clinton habrá de convertirse en presidenta de Estados Unidos dentro de 18 días.

El sistema electoral estadounidense es complejo y puede, incluso, ocurrir que el candidato que más votos obtenga no sea el vencedor del proceso electoral. Ahí está el demócrata Albert Gore para recordarnos que una cosa son los sufragios individuales y otra diferente los votos del colegio electoral.

Pero es también aquel proceso en el que perdió la Presidencia el que fuera vicepresidente de Bill Clinton el que nos recuerda que allá se cuecen habas poselectorales.

Gore perdió la casa blanca en Florida. Es la fecha en que quedan dudas de la limpieza del proceso en ese estado que estaba gobernado por el hermano del que era su contrincante republicano, George W. Bush.

A pesar de las dudas, Gore tomó la determinación de mantener una actitud institucional y reconoció que con todo y la mayoría de votos de los ciudadanos que tenía, en el conteo del colegio electoral de Florida, que le dio el triunfo a Bush, había perdido. Aceptó el triunfo del republicano.

Hoy, las encuestas dan el triunfo holgado a Hillary Clinton, pero una vez más me permito poner en duda la utilidad y credibilidad de las encuestas. Pero más allá de estos ejercicios de consulta entre potenciales votantes, está el factor del candidato eventualmente derrotado.

El presidente Barack Obama dice que nunca en su vida había visto un candidato presidencial que pusiera en duda el resultado de una elección antes de que ésta se llevara a cabo y que considerara que todo en su entorno en un complot.

Está claro que don Barack no conoce al señor López que tanto se parece al señor Trump. Pero más allá de la ventaja que le llevamos a Estados Unidos con eso de lidiar con personajes populistas y mesiánicos, lo cierto es que el presidente estadounidense está haciendo una advertencia que debe encender los focos de alerta de una eventual crisis poselectoral en la economía más grande del mundo.

Si todo queda en los exabruptos de un personaje encolerizado como Trump, no pasa nada. Incluso si el paso a seguir es que funden el canal Trump TV para despotricar 24/7 en contra de la estructura política estadounidense, sería una buena salida.

Pero si Trump logra mover a esa masa acrítica que le sigue, aunque no lleguen a poner un campamento en la Quinta Avenida de Manhattan, sí podría tener repercusiones financieras muy importantes.

Imagínese que a los exabruptos del republicano se sumaran críticas al resultado electoral desde el Kremlin en Moscú, el coctel sería explosivo.

Tener un personaje que de entrada sabemos que no aceptará el resultado electoral es algo costoso. Lo sabemos muy bien en México, pero si esto ocurre en Estados Unidos, lo que tenemos es una repercusión global.