Cierto es que nadie deja de competir por razones altruistas. Y que alguien que no es capaz de instalar eficientemente su candidatura seria el dirigente más eficiente para conducir al triunfo a los demás
Por la sana distancia, Claudio X. González tomó la decisión más radical de su vida pública. Hace 15 años había fundado Mexicanos Primero, la ONG que demonizó a Elba Esther Gordillo y terminó por exhibir públicamente la desastrosa connivencia entre los gobiernos panistas y el SNTE.
Heredero —y homónimo— de uno de los hombres más influyentes de México (su padre encabezó el Consejo Mexicano de Hombres de Negocios), González fue compañero de Felipe Calderón y Margarita Zavala en la Libre de Derecho, pero eso no bastó para que emprendiera el movimiento que puso al magisterio a la ofensiva y que derivó en la reforma educativa… cancelada por la administración lopezobradorista después de una década de escuelas de tiempo completo.
Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad fue su siguiente emprendimiento, hace 10 años, y el trabajo combinado de un equipo de investigación periodística y una división de litigio estratégico —que operaba desde la Torre Omega— obtuvo los documentos que armaron la narrativa sobre la Estafa Maestra, a finales del sexenio peñista, y desveló aspectos del caso Odebrecht.
Pero en marzo del 2020, obligado por el confinamiento, González decidió entregar la estafeta de MCCI a su hermano y la académica María Amparo Casar. El saldo de los últimos años había sido exitoso, en lo público, pero altamente costoso para la organización en términos reputacionales. Desde el poder, como ahora mismo ocurre, emprendieron una campaña en su contra por querer convertirse en un factótum en la elección presidencial.
“No es la trinchera desde la que tengo que dar la batalla”, recordó González hace dos semanas en una reunión con vecinos de Tecamachalco, “la emergencia nacional es de tal magnitud que no alcanza MCCI para enfrentarla. Y para sorpresa de mis compañeros, renuncié”.
Entonces ya era un de los personajes más citados —junto con Carlos Loret— en las mañaneras de Palacio Nacional, donde siguen vinculándole con MCCI a pesar de que ha pasado los últimos tres años en el activismo político desde la trinchera ciudadana.
La marea rosa tuvo otros padrinos. Gustavo de Hoyos había concluido su periodo al frente de Coparmex y compartía el desencanto con la Cuarta Transformación. Ambos fueron los promotores del mecanismo de diálogo que permitió a Marko Cortes, Alito Moreno y Jesús Zambrano forjar la coalición electoral que consiguió 18 millones de votos en el 2021.
De entonces a la actualidad, han ocurrido media docena de eventos desafortunados que han alejado a las partes. Casi todos involucran al actual dirigente nacional del PRI quien no obstante las desconfianzas declaradas ha cumplido con la palabra empeñada.
González y De Hoyos han participado activamente en campañas electorales, como promotores de los abanderados aliancistas. Justo hace dos semanas, en respuesta a un planteamiento de los colonos mexiquenses, el expresidente de MCCI descartó cualquier aspiración presidencial.
De Hoyos es la propuesta de la sociedad civil para Va por México. Los partidos deberán decidir entre una veintena de aspirantes de todos los colores. ¿Y Claudio? Haber recorrido el país, dictar conferencias y reunirse con la clase política y económica le permitió recalibrar su destino.
¿González decidió ignorar el canto de las sirenas o su intentona fue fallida? Sus detractores dirán que renuncia a una candidatura inexistente y que lo hace porque sabe que a pesar de todos sus esfuerzos, no podría derrotar a la maquinaria morenista.
Cierto es que nadie deja de competir por razones altruistas. Y que alguien que no es capaz de instalar eficientemente su candidatura seria el dirigente más eficiente para conducir al triunfo a los demás.
“La solución para México pasa por ciudadanizar a los partidos pero también por politizar a los ciudadanos”, definió. Después de 15 años de brega, Claudio merece el beneficio de la duda.