De vuelta al rancho, la perfección y el equilibrio no se encuentran en las mesas o sillas de cuatro patas: solamente un banquillo de tres jamás estará bamboleante o en peligro de caer: si le quitamos una, es el desastre
Algo tiene el número tres, que se nos atraviesa a cada rato en nuestra vida. Que si la lucha libre es a dos de tres caídas, que si la Santísima Trinidad. A la tercera es la vencida y los mosqueteros que acabaron siendo cuatro se llaman tres. Tres eran las cruces sobre el Golgota, la regla de tres nos rompió la cabeza en la escuela, y un tercero es quien inevitablemente rompe la armonía de la pareja.
Se considera al tres como el símbolo del movimiento continuo y la perfección de lo acabado, o la puerta de entrada a la mente consciente y la comprensión racional. Al diseñar su fresco de la Última Cena, Leonardo colocó a los apóstoles en grupos de tres, con su rigor de composición geométrica.
De vuelta al rancho, la perfección y el equilibrio no se encuentran en las mesas o sillas de cuatro patas: solamente un banquillo de tres jamás estará bamboleante o en peligro de caer: si le quitamos una, es el desastre.
A eso equivale la situación por la que está pasando México: tenemos un banquillo de tres patas con los desaforados apetitos de aserrar una de ellas. Si no es perfecto, como asegura Chrchill que la democracia no lo es, el equilibrio de los tres poderes, ejecutivo, legislativo y judicial, las tres patas del banquillo, es garantía de equilibrio y estabilidad. Y el desastre es mayor si de las dos patas que quedarían se le concede autoridad solamente a una.
Ha de pasar un buen tiempo antes de que este rumbo errático se corrija.
Por lo pronto, tengo que reconocerle a López Obador su cándida sinceridad: “no me vengan con el cuento de que la ley es la ley” parecía un chascarrillo. “Al diablo con las instituciones” era alegítimo. Las dos fueron promesas.
Que están cumpliendo en su nombre los secuaces que llenan las condiciones -también establecidas por Lopitos- para un servidor público: 90 de lealtad y 10 de capacidad. No estaba diciendo mentiras.
PARA LA MAÑANERA DEL PUEBLO (mientras se aclara si son peras o son sámaras, frutos de los mismos olmos de antes): Dana se llama un extraño fenómeno metereológico, de esos que vamos a ver cada vez con más frecuencia por el cambio climático que hemos ocasionado, que suele causar graves daños. Dana quiere decir depresión aislada de niveles altos. El choque de presiones y depresiones en los altos de los cielos causan la caída de verdaderos diluvios. Acaba de caer en tres horas en Sevilla, a causa de Dana, toda el agua que llueve en un año.
Hasta el momeneto en que esto escribo van 150 muertos. Las imágenes de las calles del sur-suroeste de España convertidos en caudalosos ríos son impresionantes; más aún la pila de docenas de automóviles que el agua arrastró, algunos con gente dentro.
La tragedia española conmovió a todo el mundo. Los mensajes de solidaridad han llegado de todas partes. Desde turcos y griegos, marroquíes o polacos, hasta la Unión Europea, el señor Guterres de la ONU y el mismo Papa Pancho, han expresado su solidaridad. Los mandatarios de Bolivia, Venezuela, Chile,Paraguay, Honduras, Costa Rica, Cuba y el Parlamento Centroamericano han expresado su solidaridad.
Tal vez es un descuido mío, y se me pasó advertirlo, pero México no se ha dado por enterado de la tragedia Española. El consulado de México en Barcelona le mandó decir a los connacionales allá que tengan cuidado y reportern los mexicanos muertos, pero me parece que la señora presidente de México no ha dicho ni una sola palabra de compasión o solidaridad.
Claro, es que no nos han pedido perdón.