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La polarización inducida por el discurso del presidente López Obrador ha escalado en estos días a intensidades negativas que empiezan a regresar a él con negatividad equivalente.

Escuché a Denise Maerker en el programa Tercer grado compartir su preocupación porque el discurso enervado del Presidente disminuye la calidad de la conversación pública y disminuye también la calidad de la palabra presidencial. No era muy alto el respeto a la palabra presidencial del anterior mandatario, Enrique Peña Nieto, cuya especialidad fue no hablar.

Pero la palabra presidencial volvió a ser potente con López Obrador, por su victoria en las urnas y por la eficacia con que ocupó el espacio vacío dejado por su antecesor.

El péndulo giró en exceso en estos años: pasamos del silencio atemorizado de un presidente al estruendo atemorizador del otro. Pero los extremos se juntan y lo que empieza a suceder ahora, como sugiere Denise Maerker, es que la palabra presidencial vuelve a perder calidad y, con ella, el respeto que la función presidencial requiere.

Peña perdió crédito y respeto por encerrarse en un silencio cómplice, frívolo y medroso. López Obrador los está perdiendo también por el camino de su discurso ubicuo, amenazante y abusivo.

El camino de Peña lo llevó a convertirse en “el payaso de las bofetadas”, dijo Leo Zuckermann en la misma emisión de Tercer Grado. El estruendo de López lo va poniendo en el mismo camino.

El ejercicio diario de lo que el Presidente considera su “derecho de réplica” produce contrarréplicas tóxicas en las que la comunicación desaparece y sólo queda un torneo de insultos y negaciones.

En las redes sociales, donde antes imperaba el Presidente, recibe hoy andanadas mayoritarias de críticas, burlas y memes.

Lo mismo le sucede en la prensa extranjera, que empieza a verlo como un gobernante folclórico cuyos desplantes son materia de asombro, alarma o burla. En ningún caso de respeto.

Todo esto no hace sino desprestigiar a México y degradar la calidad de nuestra vida pública. Es el Presidente quien empezó esto. Es él quien debe pararlo regresando su palabra a lo que debe ser: una voz que se proponga unir, no dividir.