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El día con día de México es confuso. Lo domina el barullo de los temas que siembra el Presidente, por su mayor parte insustanciales respecto del presente o el futuro sustantivos del país. Los problemas claves que inspiraron las promesas centrales del actual gobierno no sólo no han encontrado una respuesta creativa, sino que son ahora grandes hoyos de silencio o desinformación gubernamental.

Me refiero a los pilares de la gran promesa de 2018: acabar con la corrupción, acabar con la violencia, mejorar la vida de los pobres, crecer 4% los primeros años y 6% en los últimos. Ninguno de esos problemas presenta siquiera indicios de solución.

Más bien al contrario: son terrenos yermos donde nada sustantivo crecerá pues nada sustantivo se sembró. Se trata de frutos que maduran lentamente, no pueden sembrarse y cosecharse de un día para otro con golpes de timón. Nada ha cambiado en nuestra calificación internacional como país corrupto y abundan los ejemplos públicos de corrupción en los más altos niveles del gobierno.

Para empezar, en la SEP, presidida por una señora que confesadamente despojó de parte de su salario a sus trabajadores en la alcaldía de Texcoco. Lo mejor que puede decirse sobre la violencia es que se ha estacionado, que crece poco o disminuye poco.

Pero se ha estacionado en los más altos niveles que se registren desde el año 2008 en que empezó el pandemónium. Los pobres han aumentado por millones en vez de disminuir.

La política de entregar dinero en efectivo es un alivio, pero no es una corrección sólida, mucho menos duradera, a la pobreza.

Sencillamente, hay millones más de pobres, y una mayor desprotección social. Respecto del crecimiento económico, la suerte está echada: no habrá ni 4% ni 6% de crecimiento, sino, en el mejor de los casos, un sexenio de 0%; en el peor, una crisis de finanzas públicas y de inflación con estancamiento.

Otras grandes promesas de campaña, sencillamente se volvieron su contrario, como la de regresar a los militares a sus cuarteles. Los tenemos fuera de ellos más que nunca.

La respuesta a todo esto es el barullo del pasajero que perdió el avión y trata de corregirlo armando escándalos en la sala de abordar.