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Hay un rumor de fondo en el desacomodo histórico de las democracias y el ascenso de lo que podríamos llamar genéricamente autocracias: populismos, caudillismos, dictaduras.

Y ese rumor tiene que ver con el problema de la eficacia civilizatoria, es decir: el tamaño y la profundidad de los logros de las democracias exitosas, digamos Estados Unidos o Europa Occidental, frente a los logros de las autocracias exitosas, digamos China o Singapur.

La combinación política de autocracia sin logros, sin crecimiento económico ni movilidad social, es pura tiranía: un simple catálogo de pérdidas. En nuestro continente: Cuba, Venezuela y Nicaragua.

No así la combinación de autocracia con saltos históricos en productividad, crecimiento, innovación tecnológica, reducción de la pobreza y mejora de los niveles de vida colectivos: China o Singapur.

Faltan ahí las libertades y los derechos inherentes a las democracias, pero hay creación de riqueza y movilidad social sostenidas, cosas que las democracias maduras no pueden ofrecer, en parte porque lo han conseguido ya para partes sustantivas de su población, pero en gran parte, también, porque no han podido universalizar esos beneficios. Persisten en ellas inconcebibles bolsones de pobreza, discriminación, privación y estancamiento.

Las autocracias exitosas de nuestro tiempo plantean a su manera, para miles de millones de seres humanos, el dilema del Viejo Inquisidor de Dostoievski:  ¿Los seres humanos quieren pan o quieren libertad? ¿Quieren ser libres, vivir a la intemperie de su libertad, o prefieren ser tutelados, estar seguros, tener empleo y protección, aunque no puedan ser libres

La dirigencia china debe sonreír con desdén ante los desfiguros de la democracia occidental, en particular los de Washington con Trump. Debe sonreír también, con certidumbre de superioridad, frente al fracaso de tantas democracias emergentes para crear empleos y sacar a sus poblaciones de la pobreza.

Lo mismo podrían pensar en Singapur, un punto del mapa que en sólo medio siglo dejó de ser una isla perdida, con lepra endémica, y pasó a tener una de las mayores riquezas per cápita del mundo, riqueza monetaria y tecnológica, sin haber pasado por la democracia. Hago eco en estas notas del excelente artículo de Luis Rubio,

“El descontento”, que puede leerse aquí. No se lo pierdan.