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Hernán Cortés tuvo 11 hijos con seis mujeres distintas. De éstos, siete fueron mujeres y cuatro fueron varones. Seis fueron hijos legítimos y cinco bastardos. Dos de los varones se llamaron Martín –el hijo de la Malinche y Martín Cortés Zúñiga, procreado con doña Juana de Zúñiga, su segunda esposa, de las dos legales que tuvo. Los otros dos se llamaron Luis. El primero, hijo natural con la española Antonia Hermosillo, y el segundo, muerto poco después de nacer, fruto de su matrimonio con doña Juana. En 1529, don Hernán legitimó a sus hijos naturales mediante una bula papal del pontífice Clemente VII. (Lo que es tener palanca en el Vaticano).

Con su primera esposa, Doña Catalina Suárez Marcaida, se casó en Cuba y no tuvo hijos. Cuentan que doña Catalina y don Hernando eran inseparables (cada vez que reñían -y lo hacían a menudo- se necesitaban más de cuatro para separarlos).

No me hagan mucho caso pero al parecer, según las malas lenguas, don Hernando salió de Cuba más por huir de la brava hembra que de Pánfilo de Narváez.

Después de la conquista de México- Tenochtitlán, don Hernán se instaló en Coyoacán, donde partía el bacalao en la política de una manera parecida a lo que muchos años después se conocería como “el maximato”, cuando doña Catalina llegó de Cuba para reunirse con su esposo. Cortés la recibió -según el historiador Marcelo Ramírez- “no sabemos si con auténtico gusto, rodeado como estaba de mujeres deseosas de entretenerlo, la mayoría sumisas ante su autoridad” -hagan de cuenta un Cuauhtémoc Gutiérrez de peso gallo.

Doña Catalina se la estaba pasando bien en estas tierras: “Para agasajarla se le armaban bailes y merendolas constantes”, escribió don Artemio del Valle Arizpe: “Todo esto le gustaba a la señora y más aún, los ricos presentes (…) y rendimientos que le hacían como si fuera la mujer de un príncipe (…) Entre los regalos recibió de su esposo repartimientos y esclavos, conforme a la costumbre que tanto combatió Las Casas”, y que se hizo tradición entre los gobernantes cuando nos constituimos en el país que tenemos -agrega el autor de la columna.

Regreso a la narrativa de don Artemio: “El silencio nocturno no duró demasiado, pues pasada la media noche una india despertó a las camareras. Algo pasaba en la alcoba de los esposos (…) Cortés sostenía el cuerpo inerte de Doña Catalina con un brazo (…) él les dijo con voz sombría: ‘Creo que es muerta mi mujer’. Tenía unos cardenales en la garganta y regadas por la revuelta cama estaban las cuentas de oro de su gargantilla”. Una de las camareras preguntó de qué eran esos moretones. “La así de allí para recordarla cuando se amorteció -dio por respuesta Cortés-, y sombrío, con pasos lentos, salió de la estancia y se fue a la calle blanca de luna”. De haber existido CSI-Tenochtitlán, hubieran acordonado el mortal escenario. También si hubiera habido televisión algún conductor de noticieros le hubiera preguntado al conquistador cómo fue que murió su esposa.

La conjuración

Lo que conté sucedió en el año 1522. En 1547 murió Hernán Cortés, nombrando a su heredero Martín Cortés Zúñiga, nacido en 1533, II Marqués del Valle de Oaxaca, lo que lo convirtió en uno de los primeros nobles criollos. O sea, ese goe fue el primer papaloy y la piedra angular de los mirreyes. El Mirreynado dentro del Virreinato. ¡Échense ese trompo a la uña, naquetes!

Martín era amigüi de los hermanos Alonso y Gil Ávila, que alcanzaban la categoría de papaloys entre otras cosas por ser hijos de un subordinado de don Hernán. También hacían ronda con Martín y sus amigüis mirreyes en los antrukis sus hermanos -buena onda aunque bastante wanabes-: Luis y Martín el Mestizo.

Los cinco personajes arriba mencionados formaron parte del primer brote de independencia que hubo en nuestra patria en el año de 1566. El heredero de don Hernán y segundo Marqués era el que representaba a los criollos hijos de los conquistadores que sentían pasos en la azotea provocados por la monarquía absoluta del rey de España y el desplazamiento que sufrían de los buenos puestos y negocios por los españoles de origen que llegaban a disfrutar de lo que sus padres habían forjado a sangre y fuego.

Al júnior, hijo de don Hernán y de doña Juana, le faltaba la inteligencia que había caracterizado a su padre. No pudo resistir la tentación que representaba la propuesta de encabezar la conspiración que lo llevaría a la monarquía de la Nueva España.

El error de Martín fue conspirar abiertamente y hasta festejar, por adelantado, el supuesto éxito. Él y sus amigüis hicieron un reven en el que corrió el champú y llegaron las lobuquis. Al parecer, la fiesta fue en uno de los tres burdeles de lujo de la época: la Villa Balboa, la Villarreal y la Villalobos.

No faltaron mozos de servicio o daifas que acudieron con las autoridades a dar el soplo de la posible conjura que fue abortada.

Los hermanos Ávila fueron condenados al patíbulo. Martín Cortés el Mestizo fue golpeado y torturado y luego mandado al exilio, al igual que sus hermanos Luis y el Marqués. Así terminó la primera fantasía para hacer a nuestro país independiente. ¡Qué oso!